sábado, 22 de noviembre de 2008

Haberlo vivido


Cuando comencé con esto del Archivo Santa Clara tuve el ingenuo pensamiento de que de algún modo yo me iba a apropiar de las imágenes. pero fue exactamente a la inversa: cada vez les pertenezco más. Y esos rostros en sepia, algunos con fecha y ocasión, otros instalados en un tiempo sin tiempo han empezado a poblar mis estantes y mis horas. Tras uno de esos rostros, con tiempo e historia marché por la carretera el pasado domingo.
Me recibió el patio umbrío y familiar, con sus pájaros, sus flores y un perrito hospitalario. Allí nos sentamos con el hombre, a mirar las fotos del fútbol de un Santa Clara antiguo y presente. De aquel sobre no sólo salieron las fotos: salieron nombres, historias de vida, alguna que otra muerte,las trifulcas, la patada al pecho, los goles sacados de la galera y mucho, mucho sentimiento.
En tanto que nosotros dialogábamos, su hijo encendió la cámara y comenzó a filmar. No sé si él lo percibió porque cuando apareció su imagen jovencísima, de bravía estampa de arquero dejó de mirarnos, de ver su patio y empezó a andar por la cancha rodeada de una hinchada brava, sin alambrados ni vallas de protección, con sus jóvenes años que precisaban mostrarle a la barra lo que él valía. Lo veo entonces que en medio del relato de pone de pie y se coloca contra una enramada, narrando siempre la historia pero en realidad hablándole a Silva, el técnico, pidiendo que no armaran barrera para no quitarle espacio. "Y me paré así, bien en el fondo del arco y le pedí al técnico "¡no me arme barrera, no me arme barrera!" Y el corazón le palpitaba porque ESE era el momento. "La hinchada, desesperada gritaba: ´¡Arme barrera Silva,arme barrera!` Entonces Silva se da vuelta y grita: ´Yo traje arquero, carajo!`Y la pelota me pegó aquí en el pecho y la agarré"
Para los que amamos el fútbol o para cualquier ser humano capaz de sentir o haber sentido una pasión, está todo dicho: hay momentos que, para siempre, te dejan marcas en el cuerpo y en el alma. Hay tiempos de la vida que no se mueren nunca, por eso los muchachos de noble estampa que me están mirando desde su domingo en sepia una vez más van hacia una tarde de triunfo o derrota, pero siempre de lucha.
Dedicado a Gerónimo García ("Cacho")

jueves, 13 de noviembre de 2008

Nunca me dejes, Gabriel


Hay obsesiones que te destruyen la vida y hay otras que te la sostienen. Yo tengo de ambas pero, a Dios gracias,cuento con más de estas últimas. Y tal vez la más grande de todas se llame "Cien años de soledad" , la novela de García Márquez, que puebla mis ojos cada vez que miro alrededor.
Mi amigo el Agropecuario me dijo un día: "vos me hablás de los Buendía, de Aureliano, de Pilar Ternera como si fueran vecinos del barrio" Y para mí es cierto: yo vivo en Santa Clara pero también en Macondo.
Tal vez un par de ejemplos sirvan para aclarar el asunto. Se imaginará quien esto lea que -para seguir en tren de obsesiones- ambos tienen algo fúnebre.
Hay un señor al que yo quiero entrañablemente y al que mi Niña Pastora llama Tata, aunque no tengamos una sola gota de sangre en común. Pues bien: la cuestión es que un día llega a mi casa una de sus nueras y, con el aire de alguien que acaba de presenciar un sacrilegio, me dice: "Ahí le traigo la urna al hombre". No entendí la alarma porque, de última, cuando uno tiene un panteón familiar numeroso, puede ser normal que alguna urna se deteriore ya haya que cambiarla. Días después pasé por la casa del Hombre, que estaba, como siempre, sentado en su silla blanca, inaugurando la tarde. Me ve y me dice con aire de contento: "Venga, que tengo una cosa para mostrarle". Yo entré, pensando en la foto de algún nieto o en postales de lejanos países, pero no: allí en el comedor había una gran caja de cartón que el Tata se apresuró a abrir para mostrarme, con ostensible orgullo, su contenido: una blanquísima urna de mármol ... ¡con su propio nombre! y la inscripción Q.E.P.D.
No supe qué decir. "¡Qué bonita!" no era la frase; "¡qué buena!" era una frivolidad, así que debo haber dicho: "me parece bien", frase que empleo cuando no encuentro más recursos verbales para la situación.
Entonces ¿quién que haya leído "Cien años de soledad" podrá negarme que en aquel Don preocupado por el Más Allá, pero también por no dar trabajo en el Más Acá, era la encarnación de Amaranta Buendía que, durante meses, tejió y bordó primorosamente su mortaja para irse de este mundo con dignidad? Desde ese día quise todavía más a ese viejo fantástico que mira de frente a las que duelen.
El segundo ejemplo se imaginarán que no va de nacimientos precisamente. En mis años de muchacha loca y emancipada, conocí a unos amigos que lo fueron desde que nos vimos por primera vez. Propensos a la risa y al canto, cargan sin embargo en su historia, con una caravana de tragedias a las que han derrotado gracias a la esperanza.
Muchas veces, mientras tomábamos un mate o unas cañas en su dormitorio-estudio-sala de recibo-taller, afloraba el tema de los deudos queridos y ellos solían comentar: "¡Ah, sí!, nosotros los llevamos siempre con nosotros". A mí me hubiese parecido normal en tanto que el que se va en cuerpo se nos queda en el alma. Pero había un tono raro en aquella frase. Tuvieron que pasar años para que yo pudiera comprender la verdadera naturaleza de aquella expresión: ...claro que los tenían cerca ¡¡si guardaban tres urnas funerarias adentro del ropero, con cenizas y todo !!
Primero sucumbí al horror y los miré como a seres impíos, hasta que me explicaron que a sus muertos los había alcanzado un mal que a los vivos nos atormenta: la burocracia. Tenían difuntos nacionales e internacionales, por tanto, mientras llegaban las autorizaciones correspondientes, en algún sitio tenían que colocarlos. Y bueno: los pusieron allí, bien cerquita. Si eso no es realismo mágico, que venga García Márquez y me diga si al menos no se le parece.
Entonces por eso el título: no me abandones nunca Gabriel García Márquez, sátiro con nombre arcángel: para que las tragedias me duelan sólo en la medida de lo necesario y que, con el tiempo, se decanten en historias que nos permitan ver cómo la vida, a veces disparatada, otras incomprensible -pero siempre vida- le sigue ganando a cualquier muerte que nos pueda acontecer.

Buscando a José Ramírez


Últimamente los 2 de Noviembre no voy al cementerio porque, para ser honesta, me disgusta el aire de feria dominguera que cobra en esa fecha.
Ya he dicho en otras ocasiones que en mi familia paterna convivimos con la muerte como con una vecina de años a la que vemos todos los días, por tanto no me siento obligada a ir de visita. Pero respeto -y mucho- el sentir de otros hacia ella.
Hay gestos conmovedores como el del Don que blanquea su panteón familiar cada año, o la Doña que ordena las flores para sus deudos como antes les tendía la mesa o les planchaba la ropa.
Sin embargo, a mí me persigue el espíritu burlón, el diablito que no me deja en paz y me obliga a vivir situaciones más de comedia que de tragedia.
Recuerdo el primer 2 de Noviembre luego de muerto mi padre. Sylvia mi comadre, con su espíritu de escudero,allá fue a acompañarme, previendo un quiebre emocional, un arrebato de llanto cuando me encontrase ante la tumba. Lo que no previó ella -ni yo- fue que ... directamente no pudimos hallar la tumba. Yo no había vuelto más y él día del sepelio estaba tan envuelto en una bruma de dolor que me impidió ver el exacto lugar en que introducían el féretro.
Bueno: hubo que darse a la investigacióndel posible nicho; descartando de plano los que tenían flores coloradas, nos siguieron quedando varios de modo tal que fracasamos en el intento. Resignadas, colocamos el ramo de blanquísimos crisantemos en un lugar que presumimos adecuado y, cuando ya nos íbamos, la Mujer comenta con aire piadoso: "¡Ay! ¿quién será el pobre chorreteado?" Sólo entonces vi una tapa de nicho donde, escritas con tinta negra había una serie caótica de palabras con leyendas tales como gamás te borarás y un número de faltas ortográficas que tal vez sería mayor, si la pintura no se hubiese chorreado todá, haciéndolas ilegibles. Llenas de un sentimiento confuso, nos retiramos.
No fue sino hasta el otro día que se desveló el misterio cuando le comenté el suceso a una de mis tías, y le hablé de la piedad por el desconocido al que le habían perpetrado un epitafio. Del otro lado de la línea se produjo un silencio raro tras el cual oigo: "....Carmen: ESA es la tumba de tu padre"
Y entonces sí: me pareció verlo allá en la planta alta riéndose de mí, que con tantos difuntos a cuestas aún no desarrollé el instinto de dar con su paradero.Y una vez más, en vez de llorar, me hizo reír y rememorar aquellos versos del Loco Castillo: "Feliz de vos que te ausentas/ sin pagar ninguna cuenta/ y sin llevar equipaje./ Adiós, mi amigo: buen viaje! "

lunes, 20 de octubre de 2008

EL ÚLTIMO COWBOY



"I´m a poor, lonesome cowboy"

Santa Clara tiene esas cuadras interminables y sin vereda que al apurado le hacen sentir que va andando sin salir del lugar, como en el gimnasio.
En una de esas caminatas imposibles fue que se me apareció recortado en el horizonte: ni el último, ni un cowboy, pero sí igual de perdido y solitario en aquella jornada en que yo iba rezongando contra la humedad y caminaba rumbo a mi casa a la hora del almuerzo.
De pilot, con un sombrero de esos que usan los sheriff, y ese aire de despedida que cobró cuando los alcoholes empezaron a ganarle la pulseada. Cuando al fin me le acerco me recibe con esa frase: "Aquí viene el último cowboy". Llorar era un exceso y reír era hipocresía, de modo que me diluí en un par de frases de circunstancia y seguí mi camino, pensando en que, definitivamente, los Ramírez nacimos para la tragicomedia.
Mi abuela paterna -la Adelaida- fue ,durante muchos años, cocinera de la parroquia, por tanto ,para ella los sacerdotes eran apenas algo menos sagrado que el Niño Jesús. Aconteció que uno de esos 6 de Enero en que mi padre celebraba su cumpleaños con uno de los clásicos y tormentosos asados bajo el tala (que aún está frente a la casa materna), la sobremesa se tiñó de vino VUDÚ y, para colmo de males, había una guitarra a mano.
Mi abuela, resignada, se sentó a la puerta de su casa, rogando que aquello fuera breve, pero ese día nuestro Señor andaba con ganas de hacer bromas. Primero, mi viejo quiso homenajearla cantando un vals: "Pedacito de cielo", pero la emoción lo traicionaba a cada compás y , como él era del país donde los hombres no lloran, desistió de la serenata. La Adelaida para entonces había adquirido una expresión de Toro Sentado y no se dejó conmover.
Tras unos minutos en los cuales el festejo parecía tocar fin, resucitó mi tío, quien se había ido apagando por los efectos del calor y los tintos. Y entonces incorporó en Joselito. Tonadillas flamencas y amagos de paso doble con un sello personal: una patadita al costado y su expresión característica. "¡Ñéi!" (???)
A esas alturas la Adelaida había mutado en basilisco pero, así y todo, continuaba implorando al Señor que no pasara ningún vecino y así aquel bochorno fuera lo más privado posible. Y en eso el Supremo le dio el gusto: no pasó ningún vecino. Pero acertó a pasar el mismísimo cura.
En lo alto de la calle asomó la negra silueta del Padre Alonso y entonces mi tío y mi padre, que nunca olvidaron sus días de monaguillo, le salieron al paso y medio lo conminaron a unirse al festejo, mientras le bailaban en la vuelta a lo Miguel de Molina. El pobre Alonso tan sólo repetía: "Coloso ché, coloso", y se esfumó en cuanto Los Churumbeles de España le dieron un respiro.
El corolario fue el habitual: la Adelaida con una rodaja de papa en cada sien para aliviar la jaqueca, y cada uno a su casa para aliviar la resaca.
Mi padre con nombre de héroe (José Gervasio),presumía de buen tirador. Jamás lo ví en una cacería ni en una persecución, pero recuerdo algún episodio que viene a cuento.
Cierta vez mi abuela Carmen andaba complicada porque no lograba soltar a nuestro perro el Peñarol para que retozara un poco en los alrededores.(Des)Acertó a llegar mi padre y la encontró en esos temas: "-¿Qué le pasa, Vieja?", "Que no puedo soltar a este perro!", "-Pero ¿qué problema se va a hacer? A ver: salga de ahi" y ¡¡¡PUM!!!, le cortó la cadena de un tiro, al mejor estilo Clint Eastwood. Desde entonces el Peñarol odió los cohetes de Navidad y mi abuela, cuando lo soltaba, se cuidaba de no ser vista ni oída.
Para cualquier ciudadano estas conductas son por lo menos de reparo, pero para un oficial de policía pueden ser además de sumario, como le vino a acontecer a mi progenitor cuando redujo la distancia entre Santa Clara y Treinta y Tres de 70 kiómetros a tan sólo 7; automática en mano, le borró el cero de un cartel a balazos.
Hoy que entiendo hasta qué punto el espíritu dionisíaco puede ser hereditario, de alguna forma agradezco que me haya legado su humor de sátiro... y que no me haya enseñado a manejar un revólver.
Pero -por si acaso- si un día de éstos me ven andar de sombrero texano, favor apartarse.

miércoles, 15 de octubre de 2008

A yuyos del suburbio


Aborrezco la humedad como al enemigo que es: todo huele mal y el mundo se vuelve una superficie sobre la que resbalar. Pero las humedades de primavera tienen la belleza y la esperanza que a las del invierno le falta.
Hoy, único día de la semana en que puedo llevar a mi Niña Pastora a la escuela, emprendimos camino andando de la mano por la 19 de Abril, la "Calle de Abajo" (sabrá alguien en que posición se sitúan las otras). Tras dejarla en ese pequeño mundo de Lilliput, me volví sobre nuestros pasos aún cargada de la nostalgia que me había producido un episodio apenas anterior: esta mañana, creciendo sobre todos mis fantasmas imprimí y le hice para ella un retrato de sus Abuelos que están en el Cielo: mis padres. Fue ella quien me lo pidió y eligió la imagen en cuestión. Y fue ni más ni menos que una foto del casamiento: aquella larga y triste historia que empezó en 1969 y se destrenzó en años de amarguras varias que invariablemente daban comienzo o terminaban en aquel día en que ambos dieron el sí.
Pues bien: la niña quiso para sus ojos la figura de mis padres apenas consagrada su unión. Yo que siempre detesté esas fotos por la carga que para mí traían no fue sino hasta hoy que miré por encima de heridas viejas y vi lo hermosa que es la imagen: mi padre con su bigotito a lo Antonio Prieto y mi madre con esa melancolía suavísima en la mirada; él que besa su frente con un gesto casi de reverencia y ella que interroga el futuro mientras inclina la mirada con aquel gesto de las actrices que poblaron sus años de ilusiones.
Mi madre fue un alma romántica a lo Madamme Bovary, que además hablaba con frases de canciones; las tristezas tenían siempre un dejo de tango. Siempre había una letra de tango para nombrarlas. Mi padre fue un buscador de algo que nunca supo definir y que, entonces, jamás encontró. Y los dos juntos me dieron esta existencia que disfruto o acarreo, según los tiempos.Y me dieron un universo poblado de toreros, milonguitas, cantores de jazz, de María Félix, de Nat King Cole, de Julio César Abbadie y del Negro Jefe.
Yo nunca vi "Sangre y arena" y, sin embargo, puedo ver a Rita Hayworth enfundada en su vestido, con la cabellera roja cantando "Verde, verde luna" porque la vi en los ojos de mi madre. Jamás vi "Doctor Zhivago" pero recuerdo la carrera de Omar Shariff tras el auto que se iba para siempre porque lo supe en la voz de mi padre.
Todo eso me volvió a la mente hoy mientras pisaba la tierra húmeda de la Calle de Abajo, mirando los yuyos florecidos, los árboles cargados de flores, los lugares de siempre teñidos por los colores de esta vida que no para.

viernes, 26 de septiembre de 2008

CRÍA CUERVOS


A poco de mi desembarco en la villa Santa, yo soñaba con las épicas historias que se contaban sobre "La Barraca", el grupo de teatro itinerante que fundara y dirigiera mi bienamado García Lorca. En tanto que miraba la vieja foto de un Federico de pelo al viento, sonriendo junto al camioncito de la Compañía me preguntaba qué se sentiría formar parte de algo así.
La respuesta me llegó en forma de pregunta: un grupo de alumnas me interrogó sobre la posibilidad de hacer teatro. Los gatos chicos y los profesores nuevos ansiosos del cariño de sus alumnos tienen algo en común: no conocen el peligro, así que me tiré de cabeza en "La casa de Bernarda Alba", allí donde está el alma de todas las mujeres que Lorca no quiso ser y el alma de la que sí quiso.
Los ensayos se fueron volviendo un aprendizaje no sólo porque las gurisas se devoraron el texto, sino porque fuimos entendiendo a Lorca, y a nosotras mismas cuando estábamos dentro y cuando estábamos fuera de los personajes. Fuera, por ejemplo, me aconteció me aconteció una rebelión pacífica del elenco, cansado de mi tiranía de gestos agrios ante cualquier risa inoportuna. Amanda se quitó la piel de La Poncia y me habló en nombre de sus compañeras. Desde entonces, las tiranicé igual o más, pero con sumo cariño y respeto.
De Santa Clara a aquel "pueblo maldito, pueblo de pozos donde no se puede beber el agua por temor a que esté envenenada" sólo había dos escalones de madera. Bastaba con subirlos para comenzar a ser otras.
Pero claro: uno ensaya para que un día -por fin- exista un estreno. Y esa distancia sí que fue mucho más que de dos escalones de madera: midió kilómetros de arpillera, tules y manteles de abuela, y pesó cientos de clavos y muebles que comenzaron a faltar de los hogares. Todo para que el escenario donde suelen brillar los reyes de la charanga se transformara en una espartana habitación de la casa de Bernarda. Y entonces, frente a una sala repleta, se abrió el telón y , por ejmeplo, Bernarda Alba hizo de Alejandra, Martirio hizo de María Noel y yo probé un poco de mi futuro cuando María Josefa, la anciana loca y desgreñada que quiere "un varón para casarse y tener alegría" decidió tomar mi pellejo.
Y nos subimos a algún camión y nos fuimos de gira. Pudimos habernos mareado con los aplausos , pero la realidad contiene a veces remedios infalibles contra ese mal, y la gente a veces tiene una idea cuando menos bizarra de lo que es cultura popular. Desafío al más bravo a que represente un drama lorquiano a continuación de ...una exhibición de taek-won-do (¡Sí, señor!).
Apelamos al efecto visual porque ,oír no nos oíamos ni nosotras: la gente de la cantina bebía y gritaba, la gente de la platea gritaba a los que bebían y el anfitrión del evento, en pleno monólogo de Bernarda, les gritaba a todos, micrófono en mano, que se callaran por favor.Hicimos bien en apostar a la imagen puesto que, al final, una doña, entusiasmada ante lo que pudo atisbar y seguramente viendo en su retina el luto riguroso que lucían las actrices exclamó: "¡Pero había que ver toda esa cuervada ahí arriba!" Del Teatro Solís al Circo de los Hermanos Podestá en nueve palabras.
Vino luego otra función, en otro sitio y con otras anécdotas; fuimos aplaudidas y reconocidas, y sellamos una historia que -pese a todo- jamás terminó. Yo volví a hacer Lorca y algunas de las integrantes de aquel elenco aún hoy recuerdan parlamentos íntegros de la obra.
Cría cuervos ,sí. Que te sacarán los ojos ,sí. Y dejarán entonces que veas mucho más lejos y más profundo, y que donde veías la realidad consigas hallar el delirio de lo que se puede.

lunes, 22 de septiembre de 2008

LA YEGUA HEMBRA Y LOS TIBURONES


Si tuviera que resumir mi infancia lo haría de este modo: Santa Clara y mi tía menor. Creo que jamás eché en falta tener una hermana porque ella estuvo siempre allí (y ella no me echaba de una patada para afuera porque la Adelaida estaba siempre allí). Ocurre que yo era una niñita bastante caprichosa a quien mi abuela paterna trataba cual oro en polvo y mi pobre tía se veía constreñida a un rol de acompañamiento y ayuda permanentes.
Claro que esto no le impedía hacer cosas tales como darme a fumar un cigarro a los cinco años, o quitarme las cosas para hacerme llorar y rápidamente devolvérmelas cuando la Adelaida asomaba.
Siempre le profesé un cariño cercano a la adoración. De ella aprendí nociones de Biología e Historia. A saber: mi abuela tenía un vecino llamado Teodoro cuya cabeza de pelo negrísimo era recorrida por una constrastante franja blanca; pues bien: sabiamente, Nelsa me explicó que eso se debía a que Teodoro iba a nacer zorrillo pero a último momento nació persona.
Luego vino el capítulo histórico-religioso. Mi Tío Manuel supo ejercer como carpintero y la familia solía decir que con gran destreza. Nelsa me explicó el desarrollo de ese talento haciéndome saber que el Tío había aprendido carpintería con los mismos judíos que le habían enseñado a Jesucristo. El Mundo según Nelsa me costó unos cuantos rezongos de mis padres por andar primero creyendo y después repitiendo disparates pero yo no dejé de visitarlo porque era mucho más prodigioso y alegre que el mundo real en el cual se situaba mi casa, siempre tan llena de tristezas y de reproches.
Para ser adolescente, mi tía menor, hubo primero de derrotarme, dado que yo la perseguía con mis muñecas y mis tortitas de barro; de vez en cuando accedía a mis peticiones (con gusto, creo), como cuando vestíamos a la gata Moyonga con un vestido amarillo o cuando nos sentábamos en una piedra enorme en la esquina de la cuadra y hacíamos que manejábamos un auto. Pero finalmente los novios me desplazaron y, de infanta consentida , pasé a dama de compañía cuando la Adelaida me mandaba a supervisar cada mandado e informarle de cualquier gesto sospechoso tal como hacerle una caída de ojos a un galán o detenerse a conversar. Por supuesto el parte decía siempre lo mismo: "No: no pasó nada" ,aunque hubiese estado horas sentada en una piedra esperando que terminaran los arrumacos con el galancete o ella me hubiese tirado de la parrilla de la bicicleta, nerviosa ante las palabras melosas de un cortejante.
Toda joven sueña con ir a los bailes y allí dando giros en la pista, encontrar la mirada del hombre de su vida; sin embargo lo de Nelsa no fue bien así: los giros los daba, pero la mirada con la que se encontraba era la de la Adelaida, apostada en la mesa con aire de cancerbero. Y el hombre de su vida no llegó de improviso: llegó de Aceguá y le ganó el corazón gracias a una cuestión de medida: era el único compañero de baile al que Nelsa no tenía que mirar para abajo. Ahí otra vez asumí labor de escudero y peléé lado a lado con la Flaca para que mi abuela aceptara a aquel pelirrojo medio cerril de cabello hirsuto. Fue un proceso arduo en el que la Adelaida maldecía desde la cama: "Ya vas a ver: te va a llenar de chanchitos colorados" Gracias a Dios la "maldición" se cumplió y el chanchito mayor ya va a cumplir 20 años y los menores -que llegaron juntos- cumplieron 8 (Cualquier semejanza con "Cien años de soledad" es mera culpa de García Márquez).
Pero ni los años transcurridos ni las vidas ni las muertes, le han quitado la gracia, el sentido de la realidad, la risa de trueno que estremece el barrio en las tardes de verano ni una verborragia e imaginación donde se juntan todas sus edades. Por ejemplo: para maldecir a una mujer a la que detestaba usó toda suerte de epítetos hasta llegar al peor de todos "¡ Esa... yegua hembra!" (¡¡¡) o para expresar su furia contra un ser ignorante y estúpido dio en llamarlo "Ese analfabético"
Yo sigo visitando El Mundo según Nelsa, habiendo pasado mi existencia por las inevitables sumas y restas: no tengo a mi padre, no tengo a mi madre y tengo a mi Niña Pastora. Y encuentro a la misma niña-mujer que de recién casada iba a bañarse al arroyo con su marido (y conmigo , porque la Adelaida lo consideraba más decoroso de ese modo). La misma que un día ,mientras su marido hacía cosas de hombre casado tales como observar los alrededores o ver que no anduviese alguna víbora, se metió al agua conmigo a chapotear y me invitó , feliz, a jugar con "unos tiburones amigos nuestros"

sábado, 20 de septiembre de 2008

Morituri te salutant


¿De quién puede hacerse amigo alguien que trata a la muerte como a una parienta, y que los 2 de noviembre tiene que pedir un préstamo para comprar tantas flores?: de un funebrero, por supuesto. Es el destino y otro montón de brujerías que inventa la gente para explicar la vida, que no es más que un sueño soñado por alguien (Borges: no te atrevas a reclamar la autoría de la frase desde el Más Allá).
El sujeto aludido no mora en esta villa Santa, aunque tiene un aire sombrío que lo hace ideal para habitar estas tierras.
Camina casi en puntillas y habla suavecito, marcas indelebles del oficio; tiemblo cuando abre despacito la puerta de la Sala de Profesores y con una leve sonrisa de colmillos asomados dice: "¿un cafecito"?
El oficio de triste hace que uno le cobre afecto a seres que llevan la nostalgia en la piel,aunque sonrían y no anden todo el tiempo pensando en suicidarse, por eso creo que Lamorte y yo somos casi amigos.
En cierta ocasión en que yo estaba parada y él se acercó con ese andar de Joe Black no pude reprimir una suerte de dejavou de celuloide: se me representó la escena de los westerns en que el sepulturero juna cuál de los duelistas puede llevar la de perder entonces a ojo nomás le saca las medidas para el sobretodo de madera.
Me gusta Lamorte porque reímos de lo inevitable.
Una amiga en común suele quejarse de que en un viaje semanal que hacen juntos Lamorte, en lugar de sentarse junto a ella prefiere sentarse junto a un anciano que hace el mismo recorrido con frecuencia. Ella lo atribuye a simple distracción: yo me inclino a creer en una suerte de marketing funerario.
Andá a saber a dónde nos va a llevar el destino (o esas brujerías que la gente inventa para justificar lo que nos pasa), pero si acontece que me agarra el patatús en territorio de mi funebrero favorito espero que no deje que me pongan esas coronas horribles hechas como de papel higiénico ( y que los deudos pasas 6 meses pagando en cuotas), que me haga envolver en el pabellón patrio de Peñarol y contrate a alguien para que haga chistes soeces a efectos de ahuyentar a las comadres.
Por eso Lamorte, cada vez que nos vemos ese es mi saludo. Morituri te salutant
( total: si es cierto; pasa que las gentes ignoran esas nimiedades de la existencia).

martes, 16 de septiembre de 2008

PERO CON DIENTITOS


El Barrio Frío, además de un chiflete que puede llegar a congelar al mismísimo Abominable Hombre de las Nieves, es un lugar poblado de leyendas, a las que los moradores agregan o quitan según la época, la edad del aeda y el grado de buena o mala relación entre los involucrados.
Contaba mi abuela que uno de sus vecinos en las noches de luna llena se transformaba, pero como era de índole pacífica, en lugar de metamorfosearse en hombre lobo prefería una mansa piel de oveja. El caso es que una madrugada la gente entró al campo a faenar un consumo y , cuando ya lo tenían colgando para pasarlo a deguello, en lugar del estertóreo balido del ovino se oye un claro ruego: "No me mate que soy F....". La Adelaida jamás me contó que pasó después, pero la descendencia que lleva tal apellido es prueba clara de que el matarife no sólo no cumplió su tarea sino que sólo ha de haber parado de correr allá por Cañada Brava.
La otra historia, situada por la Adelaida y mi tío Manuel allí cerquita de la cuneta junto al naranjo reza sobre un hombre que volvía a su casa en la alta noche y de pronto escuchó nítidamente el llanto de un bebé. Entre asustado y conmovido procuró entre los pastos hasta hallar en la canaleta una envoltura blanca desde donde salían los berridos. Tocado en la fibra más íntima de su ser aquel cristiano se acercó, descubrió el rosto del expósito mientras decía "Pobrecito, tan chiquitito"
Y fue lo último que dijo porque de entre el blanco lienzo emergió una cara con incipiente bozo y pronunicados caninos que, con tono de marcada ironía, dijo: "Sí: chiquito, pero con dientitos"
El piadoso caminante huyó con rumbo desconocido y tampoco nadie supo el derrotero del lobizoncito rimante. Pero yo tengo mi teoría: si con esa edad respondía ya a lo Lope de Vega se me hace que no renunció a las letras. Estas tierras han dado y siguen dado ingenios endiablados que poseen talento y bigote.
Yo voy a seguir investigando.

UN LOBIZÓN AMIGO MÍO


Dedicado a Gerte

Definitivamente esta ya no es la Era de Acuario ni la Era del Vacío ni nada de eso: es la Era del Lobizón. Por doquier alguien manifiesta haber visto uno. Aguardó pacientemente a que un imperfecto sosias -el Chupacabra- gozara su cuarto de hora y por fin encontró su momento de lanzarse al mundo rural en busca de su merecido trono de aullante merodeador.
Suele elegir doñas que moran en apartadas viviendas y su mayor placer es asustar; los indagados no han hablado de daños mayores salvo algunos empujones y un palazo propinado a un irreverente que pretendió eliminar aguas menores a la intemperie de una luna llena (bicho respetuoso de los astros el lobizón).
Se ha sabido también de un lobizón parlante pero que a esa agrega otra peculiaridad: maldice en portuñol. Véase: en ocasión de que la señora asediada por la criatura que merodeaba la casa atraída por las luces (¿algún gen de barboleta tal vez?), se atreve a mirarlo de cerca y apreciar múltiples detalles ( nunguno de los cuales la sedujo) ordena abrir fuego contra el engendro, quien, saltando un alambrado de siete hilos vocifera: "¡Me diste, filha da puta!"
Debo aclarar a los lectores que ete último testimonio me fue transmitido por un amigo que suele gustar de la noche, frecuenta señoras solas so pretexto de hacer trabajo social y tiene un aceptable dominio del portugués. Dios me libre de levantar sospechas en su contra pero -por si acaso- los viernes de luna llena no le abro la puerta de casa ni con orden judicial.

QUE NO LAS HAY, NO LAS HAY


Siempre me sentí una imbécil a la hora disfrazarme de bruja y salir con una calabaza anaranjada de plástico arreando un grupo de niños que mascullaban "Dulciutravesura", aipiñándose unos contra otros y muertos de verguenza, cumpliendo de este modo con el sacrosanto ritual del Halloween.
El Halloween en Santa Clara merecería un estudio aparte. Siempre me he preguntado qué pasa por la mente de los pasivos que esperan sentados a la puerta del Banco mientras pasan unos niños vestidos de algo indefinible: medio Jason, medio cow-boys, medio vampiros y más atrás una mujer envuelta en cuanto trapo negro halló en el ropero y tratando de lucir diabólica.
La madurez y los años de teacher me enseñaron a respetar una maravillosa tradición céltica en que los antiguos druidas espantaban a las almas de los muertos para que dejasen a los vivos seguir en la suya buenamente. Pero en lo que además respecta me seguí sintiendo una imbécil sólo que ahora ,además, temo que algún druida indignado me fulmine de un rayo iracundo. Espantoso final el de acabar en plena calle convertida en un emplasto de PVC anaranjado y caramelos de banana.

sábado, 19 de julio de 2008

LA PERRA VIDA



En la vida le he temido y temo a muchas cosas: al sufrimiento físico, a la muerte de mis seres queridos, a los tornados, a que me corten la luz, a las arañas, a las vacas, a los gallos, a la gente que insulta en la calle, a las langostas y -tal vez- a mi muerte, pero ningún temor se compara con el que le tengo a ... los perros.
Además de los especímenes humanos que la habitamos y numerosas aves y felinos, Santa Clara ha estado llena de canes ilustres, infames, violentos, fieles, chicos, grandes, que te ven acercarte con ese gesto impávido, sin dignarse a anunciar si sólo piensan quedarse allí o te van a saltar a la yugular.Si es cierto que los perros huelen la adrenalina que segregamos al experimentar temor, conmigo se deben embriagar.
Quien más quien menos habrá temido o temerá a cierto perro medio grande, medio traicionero, medio senil. Pero no es mi caso: yo le tengo miedo a TODOS los perros.
El obsesivo desarrolla estrategias para ocultar la vergonzosa tara y en eso puede llegar a alcanzar la perfección de un maestro. Ejemplo: voy caminando y en medio de la calle veo un perro con cara de nada. ¿Qué hacer? Aplicar uno de estos tres procedimientos: a) fingir que levanto una piedra y así el amenazante creerá que voy a arrojársela y huirá (¡pobre! jamás sabrá que no sé tirar piedras ni para arriba); b) me quedo parada y hago gestos como si hubiese perdido algo, lo cual me da excusa para retroceder unos metros en caso de que alguien estuviese mirándome; c) camino más lento a la espera de que pase algún vehículo y el animalejo se retire de su posición, en tanto yo voy rezando "San Roque, San Roque: que este perro me mire y no me toque"
Algunos hasta han sido mis amigos como el Melesio, que era propiedad de los vecinos pero solía sestear en casa y acompañarme a hacer los mandados, o la Margarita, que me saludaba de pasada al liceo y trotaba por el pueblo tras las huellas de los innumerables integrantes de la familia, pero la mayoría son del otros bando: los que me hacen cruzar de vereda.
No puedo dejar de mencionar en estas páginas al más villano de todos: el Masoller, un ovejero de edad incalculable que solía apostarse a la puerta de la casa de sus dueños adoptando la pose somnolienta del perro viejo y más allá del bien y el mal. Pero bastaba con que pasase alguien para que incorporara en demonio y te sacara corriendo. Parecía odiar especialmente a los ciclistas y, para colmo, alcanzaba velocidades increíbles, coordinadas con los ladridos furiosos y las dentelladas que te iba largando mientras se emparejaba contigo. Soñaba con atropellarlo, pero para su suerte murió de viejo antes de que yo siquiera comprase la Winner 4T.
Luego me las tuve que ver con el Simón, un perrito de aspecto desvalido y que muchos años atrás debió ser blanco. Durante mucho tiempo además de fastidiarme, su conducta me intrigó porque te dejaba pedalear tranquilo hasta que de repente le brotaba la bestia y salía disparado hacia uno. Para entonces yo ya había desarrollado la destreza de pedalear y soltar coces mientras tanto así que puede repeler varios ataques y, además, insultarlo. Tiempo después descubrí que era asuzado por un señor cuya ocupación consiste básicamente en permanecer sentado a la puerta de su casa. Entonces,mencioné al pasar una denuncia policial y el peligro fue conjurado.
Fue cuando conocí a la Poppy y todo volvió a comenzar, pero le paso como a mí: la maternidad la cambió para siempre. Y me dejó en paz.
Dicen que uno debe hacer frente a sus miedos y puede ser; yo , por ahora,no he podido. Opto por cruzar la calle o cualquier cosa menos -eso sí que no- salir corriendo porque prefiero que el dentado me acometa de frente y no por la retaguardia: mi imagen pública no resistiría a la exhibición de esta servidora de meñique levantado, corriendo despavorida por la 25 de Agosto con un barbilla prendido a sus posaderas.

(Dedicado al Masoller y a esa banda de minivillanos que han poblado de zozobra mis andares por esta villa).

viernes, 18 de julio de 2008

CUANDO YO ERA MARIPOSA


Una palabra que nunca me gustó fue METAMORFOSIS; será porque la asocio al monstruoso insecto de Kafka o porque tiene una sonoridad medio desagradable,pero lo cierto es que me da cosa. O será porque designa algo que a lo cual me cuesta horrores adaptarme: el cambiar. Está en mis genes: la comodidad y los adipocitos rebeldes.
Cierta vez halléme en un mismo recinto con quien supiera arderme de cuerpo entero en los años feroces y, tras unos breves segundos de mutua y piadosa contemplación, nos saludamos y nos preguntamos la serie ritual de preguntas bobas para luego fingir que teníamos otras cosas que hacer y huír uno del otro. Entonces -mientras me alejaba- el ofidio que a veces mora en mi cabeza pensó: "menos mal que el tiempo nos ha estragado parejo." Luego me arrepentí e hice penitencia -leve porque los silicios aún no están en oferta - , pero lo pensado pensado está.
Todos tenemos metamorfosis de cuerpo y de alma, sólo que las del cuerpo pueden llegar a ser muy onerosas (con lo que he gastado en productos diet a lo largo de en mi vida ya me hubiera podido comprar una casa de playa).Recuerdo cuando el buen consejo de una amiga (y el mejor aún de una terapeuta) me guiaron a los Gordos Anónimos. Allí me tuve que agarrar de las manos con la gente, tipo iglesia de Jimmy Schwaggart, y hacer contricción por cada hidrato de carbono consumido pero entonces no sólo me fui transformando de gordita en mujer flaca sino también en alguien más tolerante y alegre. Tan alegre que me subí a unos tacos de diez centímetros, empecé a mover las caderas, y no paré hasta cuatro años después.La gente no podía creer que me hubiese transformado en la mitad de mí (y yo tampoco).
Después, la matemática cruel me devolvió lo perdido y guardé los jeans de miniatura por si alguna vez me compraba una muñeca de aquel tamaño. De oruga a mariposa y otra vez a oruga.
Desde entonces los moradores de esta villa han adquirido un curioso hábito que es recordarme lo delgada que estuve en forma de una pregunta tan improcedente como absurda: "¿Te acordás de lo flaquita que estabas?" No, no me acuerdo: me pateó una heladera y perdí la memoria.Mi pasado de abdomen plano me condena.
A Dios gracias otra de mis metamorfosis me ha dotado de una nueva capacidad: la grosería.
En cierta ocasión, estando acodada en el mostrador del almacén decidiendo asuntos vitales para el mundo como si Peñarol debe o no jugar con línea de cuatro, un parroquiano dio en comentar con insistencia lo delgada que fui y cómo había engordado. Yo, con este don de gentes que recibí de mi señora madre, continué firme en el tema deportivo destinando al impertinente, apenas una leve sonrisa de colmillos asomados. Pero para su mal, el individuo reiteró el comentario. Entonces giré en su dirección y sin perder la sonrisa y el meñique levantado, sostuve el siguiente diálogo:
YO:¿Por una de esas casualidades planeás levantarme en la upa?
INOPORTUNO: No, claro que no.
YO: Bueno, entonces no veo por qué tenés que preocuparte tanto por mi físico.
En los siguientes minutos el aire se podría haber cortado con el mismo cuchillo con que el almacenero estaba cortándome queso magro, pero fue totalmente productivo: el índice de comentarios al respecto bajó un cincuenta por ciento y ,cada vez que alguien demuestra intenciones de opinar sobre el tema, el comerciante con diplomacia de anfitrión ,desvía el tema y seguimos corrigiendo males del fútbol uruguayo.

miércoles, 25 de junio de 2008

CUANDO YO ERA DOMADORA


Ni de potros ni de corceles alados: de motos. Habrá sido en una de esas primaveras de viento en contra cuando decidí que era tiempo del salto cualitativo: de la bici al ciclomotor y ¡adiós tracción a sangre! Pero en realidad eran otros los saltos que iba a dar. Adquirí entonces la pequeña bestia en incómodos pagos mensuales, siguiendo además el procedimiento lógico: primero la compré y luego pedí que me enseñaran a manejar. A mi primo Damián tocó en "suerte" el insólito magisterio. Aún recuerda con pavor la primera vez que traté de meter un cambio o la escena dantesca en que, tras despedirme tiernamente de mis ahijados bajo un cálido solcito de otoño, salí arrancando yuyos por entre la cuneta porque en lugar de aminorar, aceleré (lo bueno es que, desde entonces, los nenes me creen una especie de Easy Rider).
Y así dio comienzo mi azarosa vida de motoquera ... y mi leyenda negra.
Diez minutos antes de subir a la moto ya me contracturaba; el pequeño animal metálico fue minando mi carácter, como hacen los taxis con sus conductores y los ómnibus de línea con sus choferes. El momento de dar la famosa "patadita" era una pesadilla: mi coordinación psicomotriz colapsaba bajo la mirada de los curiosos y compasivos. Unos pocos osaron proferir comentarios, y por tal motivo aún recordarán las procacidades que brotaban de mi boca. Definitivamente aquel engendro diabólico hacía aflorar lo peor de mí.
Y luego venía el capítulo de rodar por las calles de Santa Clara. Durante la primera semana casi fui atropellada por un camión y amenacé seriamente la vida de cuatro perros y una bandada de gansos.
Siete días después cambié eso problemas por otros: como nunca calculaba bien las distancias ni la velocidad, cada mañana clavaba una frenada a las puertas del liceo, levantando la polvareda y el griterío de mis alumnos. Para disimular el bochorno yo asumía una actitud Marlon Brando total, y descendía del aparato endemoniado posando de radical. El otro tema era el saludo: muchos llegaron a creer que el cambio de vehículo me había envanecido a punto tal ignorarlos. En la realidad todo obedecía a un burdo problema de coordinación: jamás pude soltar la mano izquierda al conducir; andando en bicicleta era un ítem disimulable, pero en moto, levantar la mano derecha para saludar digamos que es, cuando menos, mortal. Procedí entonces a saludar con un gentil movimiento de cabeza; las doñas me adoraron: jamás me habían visto tan reverente.
Poco a poco fui evolucionando: ya no me chocaba el surtidor al frenar para poner nafta, ni raspaba el cordón de la vereda, pero pasar de 3ª a 2ª era la muerte: en vez de la caja de cambios aquello era la Caja de Pandora. Mas yo, como una lady de meñique levantado, sonreía mientras avanzaba corcoveando por la principal avenida.
Terminé de concluír que algo andaba mal cuando percibí que mis alumnos subían rapidito a la vereda tan pronto como yo me les aparecía en su campo visual, con el rostro crispado y envuelta en una nube de incertidumbre (¿dónde paro?, ¿irá a chocar hoy?, ¿Para dónde era la 2ª?, ¿me atropellará la bici a mí también ?). Y cuando percibí el pánico de mi niña Pastora. Mentira que los gurisitos no conocen el peligro: lo huelen en el aire. Si no ¿por qué cada vez que me veía en la moto gritaba "¡La moto de mamá nooooo !" ?
Entonces, por todo lo antes dicho asumí la derrota y retorné a mi bicicleta verde, larguísima y con aire de paquidermo pero ... sin motor.
Y cuando alguien me recuerda aquel tiempo aciago en que el embriague no se daba con el acelerador, y me pregunta por qué vendí la moto yo respondo simplemente: "Es muy ingrata la vida de domador"

sábado, 7 de junio de 2008

YA VENDRÁ EL PRÍNCIPE AZUL (O ALGÚN REY DE LA BARAJA)


Siempre me gustó más el mostrador que la mesa de té, la cancha de fútbol y no el paseo de compras, el asadito en lugar del vernisage y no me quejo: nadie me ha señalado con el dedo por ello (y si lo hizo, justo yo estaba de espaldas, así que me ne fute). El problema es que en lugar de buenos muchachos, de hábitos conocidos y ganas de permanecer a mi vera, siempre opté por los tahúres y/o las aves de paso (ahí sí, creo que alguien me haya señalado con el dedo, pero entonces yo me había puesto de espaldas, así que me ne fute). En esta aldea Santa viví unas cuantas historias aunque ninguna haya sido -creo- verdaderamente de amor.
Tuve sí una pasión que me costó un poco menos que la vida y algo más que la paz: pero el Señor me ha dotado de increíbles talentos para el sabotaje, así que en un tiempo no quedaba más que una botellita con arena de algún desierto, que me apresuré a tirar por entenderla una horrible metáfora del presente.
Ya repuesta del vínculo malsano, me abrí camino entre el fragor de la parranda y, entre codazos y meneos,seguí hallando finales para historias que jamás acerté a comenzar.
Alguna doña bienintencionada hasta se preocupó viéndome entrar a los 30 solterita y sin compromiso (yo también, pero alguien tenía que fingir); eso sí: al menos no me arrimaron ningún santo al que vestir, de modo que seguí el corso, con penas pero alguna que otra gloria.
Insisto en que no creo haberme enamorado porque imagino que en esas circunstancias uno se da cuenta de que está hasta las manos. Y tal vez para no quedarme sin saber lo que se siente, empecé a enamorarme de cosas y no de gente, de puro cobarde nomás. Es así que vine a amar este pueblo a veces tan lleno de espejos a los que no me quiero mirar, a las decenas de fotos antiguas que invaden lentamente mi casa y tras ellas sus fantasmas, a la vida (a quien amo con el dejo de tristeza que pongo en las cosas en las que creo), a mi hija, al fútbol y a Camarón.
La felicidad debe haber golpeado a mi puerta justo cuando yo tenía las manos ocupadas y no pude abrir, pero si no tuvo la constancia de volver mejor que se haya ido: para inconstantes y timoratos basta conmigo.
Y bueno: tal vez un día de estos le quite el moho a las viejas armas y entre a saco en la bailanta, donde nunca falta un antihéroe. O tal vez me ponga a chatear con hombres interesantes que se llaman Superpollo o Chico 10. Cualquier cosa menos rezarle a San Antonio, no vaya a sucederme lo que a una querida amiga (y en un tiempo también madrastra), quien enterada de que iba a subir al cerro con nombre de Santo, temió lo peor y me advirtió: "Ay, Carmen, por favor: no le pidas nada, mirá que yo le pedí ... ¡ y me mandó a tu padre !

sábado, 24 de mayo de 2008

AHÍ VAMOS, JOSÉ GERVASIO


Hacía tiempo que mi ser y quehacer docente no me llevaba a un desfile en fecha patria: este 18 de mayo marchamos hacia Don José Gervasio Artigas que, con su infinita paciencia de monumento, nos esperaba sobre los escalones de piedra.
Yo iba francamente dividida entre mis recuerdos infantiles del fasto de tales conmemoraciones y el horror adulto de haber descubierto el dolor y la muerte que desgarraban al Uruguay mientras nosotros hacíamos flamear las banderas y arrojábamos pétalos de camelia al General Gregorio Álvarez.
Pero, en fin: a eso de 11:30 iniciamos la marcha desde el frente del Liceo. Una marcha de adolescentes fácilmente deviene estampida y esta no fue la excepción: a los 50 metros, varias de las adultas responsables jadeábamos detrás del contingente estudiantil, tratando de mantener algo de garbo y compostura. Una vez llegados al corazón del evento fuimos divididos en dos partes: los abanderados que debían quedar en la plaza y el resto , para evitar aglomeraciones, fue ubicado a cincuenta metros en un sitio inverosímil bajo el argumento de que, desde allí se incorporarían al desfile.Quien no haya estado en tal momento y situación pensará que se trataba de movilizar muchedumbres, tipo la entrada de los Aliados a París,de ahí el despliegue logístico, pero en lugar de ello, teníamos un grupo de gurises parados a la vera del evento y de la historia porque podríamos haber hecho un sacrificio ritual frente al momumento que los pobres se enterarían por los diarios: no vieron ni oyeron nada.
Fue entonces que se me dio por pensar por qué los uruguayos hacemos este tipo de cosas. ¿Realmente celebramos? Celebrar es festejar, es decir, alegrarse, es decir estar y mostrarnos alegres porque -se supone- ese día encierra algo que nos produce contento.Pero no: ponemos cara de estar enterrando un difunto y nos obligamos a una larga serie de gestos formales ,pero en el fondo ... no hay fondo. Estamos educando generaciones que creen que Artigas ya nació de bronce y de ese tamaño; pasamos por planes de educación que hirieron de muerte la conciencia histórica, entonces ahora todo parece salido de atrás de una piedra (Julio César, Napoleón, Artigas y yo venimos en el mismo paquete). Entonces los llevamos a celebrar algo que no tienen ganas de celebrar porque aún no han entendido cuál es el motivo.Así como los paquetes de contenido delicado llevan el rótulo de FRÁGIL, las fechas patrias afuera dicen IMPORTANTE, pero justamente ese es el problema: afuera. Mientras caminábamos aplaudidos y oyendo la fecha de nuestra fundación me dio la impresión de que el pueblo no festejaba: miraba a los que iban desfilando que tampoco festejaban porque estaban preocupados de obrar bien para los que estaban mirando. ¡Qué se yo! En una de esas ya estoy chocheando; los procesos se han acelerado tanto que tal vez a los 38 estoy medio senil y un poco agria y algunos fastos patrios me huelen a autoexaltación de minorías.
En fin: le dejamos las flores a José Gervasio (que sigue mirando más allá y por encima) y nos fuimos a casa. Hasta creo haberle visto un leve rictus de enojo: ¿habrá sospechado que hicimos el acto porque caía domingo y que si hubiese caído en día de semana hacíamos un fin de semana largo y nos tomábamos el buque? Viejito desconfiado, ché.

miércoles, 7 de mayo de 2008

NUEVOS AMORES VIEJOS



Para casi todas las cosas de mi vida soy un bicho de costumbres (y a veces simplemente un bicho). Me da pereza hacer amigos nuevos y me da pánico además de pereza, la procura de amores.
Con los escritores me acontece más o menos igual: puedo leer nuevos pero durante años me han rodeado y rodean los mismos, esos que me han leído mientras los leo y que se me han parado en frente al medio de una clase o que no han querido abandonarme aún en las horas de mi vida en que hasta yo me abandoné.Alguna que otra vez me pregunté si el maridaje con García Márquez, Homero, Hermann Hesse u Octavio Paz no era como esas historias de amantes que uno arrastra por los años más por miedo al cambio que por pasión. Y no recuerdo qué me contesté.
Sí sé que un día, no hace más de dos años, dí en leer a un autor por quien había pasado en la vida como uno lo hace junto a una de esas personas que sabemos están ahí pero nada más: simplemente no se nos ocurre buscar más allá del rostro o del nombre. Por acaso o por sabrá Dios qué, empecé a leer a Fernando Pessoa y las viejas letras de Lisboa se volvieron mi nuevo encanto y el más perfecto espejo al que me haya asomado. No me veo más linda ni menos desgraciada: me veo descubierta en la palabra de alguien que nunca supo de mí ni tendría cómo haberlo hecho (tuvo la mala idea de morirse en 1935).
Dice José Arcadio Buendía que nadie es de ninguna tierra mientras en ella no ha enterrado un muerto. Bueno: con creces adquirí el derecho a declarar que el lugar en el que estoy es mi tierra, no sólo por haber nacido en ella; pero hay una patria a la que pertenecí primero: los libros, las letras que me dieron una certeza de existir mucho más fuerte que el pisar cualquier suelo, incluso el de esta Santa donde vivo y donde empecé a leer a Fernando Antonio Nogueira Pessoa, ese portugués habitado por tantas almas.

SI YO MURIERA JOVEN (Fernando Pessoa)

Si yo muriera joven,
sin poder publicar libro alguno,
sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
pido que, si se quisiesen molestar por mi causa,
no se molesten.
Si así ocurrió, así es verdad.

Aunque mis versos nunca sean impresos
tendrán su propia belleza, si fueran bellos.
Pero no pueden ser bellos y quedar por imprimir,
porque las raíces pueden estar bajo la tierra
pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada puede impedirlo.

Si yo muriera muy joven, oigan esto:
nunca fui sino una criatura que jugaba.
Fui gentil como el sol y el agua,
de una religión universal que sólo los hombres no conocen.
Fui feliz porque no pedí ninguna cosa,
ni procuré hallar nada,
ni hallé que hubiese más explicación
que la de que la palabra explicación no tiene ningún sentido.

No deseé sino estar al sol o a la lluvia,
al sol cuando había sol
y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(y nunca la otra cosa).
Sentir calor y frío y viento,
y no ir más lejos.

Una vez amé, pensé que me amarían,
pero no fui amado.
Pero no fui amado por la única gran razón:
porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados
como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.

lunes, 28 de abril de 2008

UN SEÑOR CANOSO DE HABLAR PAUSADO



Un señor canoso de hablar pausado, que jamás levanta la voz, no por cortedad sino por convicción. No es necesario que diga su profesión: lo de maestro se le ve de lejos. Nos hemos visto en ámbitos diversos pero la imagen más persistente es esa en que lo veo reinando en una sala donde sus libros hablan de un saber profundo y los adornos hablan del gusto depurado de su señora esposa.Ambos tienen esa cosa del maestro que a uno le da verguënza decir una procacidad o meterse el dedo en la nariz; uno los respeta porque basta con verlos para entender que lo merecen.
Con el señor de nevada cabellera también hemos sabido estar a la vera de una mesa compartiendo unos brindis,donde sus años de vida y obra no lo hacen un bronce para la reverencia sino una historia abierta y un ser entrañable. Tiene un apodo que invita a pensar en cantor de milongas o en mentado personaje del lugar, pero no: es un hombre discreto que obra despacito y casi con disimulo porque simplemente creo no nació para el halago.
Los elogios le producen incomodidad, por eso yo he optado directamente por la insolencia, disfrazada a veces de ingenio (vaya trabajo este que da la gente modesta).
Lo he visto sobrevivir a reuniones de esas donde practicamos nuestra uruguayez en su lado más exasperante: hablamos todos a la vez en el entendido de que el uso de la palabra nos corresponde. Y allí en medio del batifondo de los redentores, constructores y visionarios permanece el Don con sus papeles donde, en rigurosa cursiva, registra su pensamiento mansito pero seguro como su andar.
Alguien que haya leído Asterix podrá comprender por qué el maestro Fuentes me recuerda tanto a Panoramix el druida, que en medio de la tremolina de los irreductibles galos que vuelta y media se trenzan levantando polvareda, sigue arrimando ingredientes al caldero donde se cuece la mágica poción que los vuelve invencibles. Sin ella no son diferentes a todos los pueblos de la Galia que los romanos ya alcanzaron a someter. Entonces me vuelvo al Don de estas letras y pienso: suerte la nuestra, montón de galos si no irreductibles por lo menos peleadores, que tenemos un venerable que mira más allá del horizonte y tiene la sabiduría y la calma de comprender que por buenos o malos que sean los tiempos jamás debemos dejar de alimentar , un día sí y otro también, aquello que nos hace fuertes, las pocas o muchas cosas que nos permiten creer que tenemos un futuro.

viernes, 25 de abril de 2008

UNA RODRÍGUEZ SE COLUMPIABA




"Una Rodríguez se columpiaba
sobre la tela de una araña ..."

Cuatro hermanas ya suena a película de Bergman o a novela de Charlotte Bronte, pero no: las aquí aludidas por ahora sólo son autoría de un señor de aura patriarcal y de una señora que me recuerda irremediablente el aire nostálgico y vibrante de Alejandra Pizarnik. Ellas son cuatro pero en mi existencia terrena me he estado cruzando fundamentalmente con dos y luego con tres. La que empezó a columpiarse en mis cercanías fue la que de niña tuvo una cara sombría y sólo en su adolescencia le descubrí una risa contagiosa y una genialidad para la ironía que nos ha hermanado hasta el presente.
"...como veía que resistía
fuése a buscar a otra Rodríguez"

Años después se subió al columpio una criatura blanquísima con un gesto de eterno despertar, una risa estruendosa (que la primera dice no conocer) y una afición pantagruélica por los caramelos de fruta.Talentosa y con vocación para la protesta.
"Ya dos Rodríguez se columpiaban
sobre la tela de una araña.
Como veían que resistía
fueron a buscar a otra Rodríguez"

Entonces llegó Caperucita o su versión telúrica: menuda, de rasgos chiquitos, con un leve aire a actriz francesa de películas de Cinemateca. Inteligente y mucho más tímida que sus letras, emergió de sus idas y vueltas al mundo y por el mundo.
En fin:así llevo más de diez años de esta historia. Unos se columpiaron un rato y les aburrió mi charla o golpearon muchas veces y no me acordé de abrir, por eso se fueron. Otros y otras han preferido olvidar que en mis ratos de ocio soy troglodita y maledicente y han dejado que sus vaivenes los sigan trayendo y llevando.
Por las dudas, siempre habrá una tela de araña en la que columpiarse a la puerta de mi casa. Una tela ... a prueba de Rodríguez y descendientes.

miércoles, 23 de abril de 2008

LA MOROCHA DEL CIRCO




Nunca fui una buena espectadora para el circo: los payasos me daban tedio, los malabaristas me ponían nerviosa, los leones me daban tristeza y los monos y perros de tutú , andando en bicicletas de miniatura me daban indignación. Tal vez por eso de niña dejaron de llevarme: porque, paralelo a la actuación, yo iba haciendo un recuento que deprimía al más entusiasta.
Pero hace una semana, caminando rumbo a mi trabajo en Cerro Chato, alcancé a ver un afiche en una vidriera céntrica. Y el nombre de los dueños del circo me trajo el recuerdo de una mujer esbelta que se elevaba por los aires suspendida de su propio cabello y de una niña que de día corría conmigo en el patio de la escuela y garabateaba unas letras enormes, y que de noche parecía el hada Campanita, balanceándose en el trapecio y luciendo una sonrisa más grande que su propia cara y mayor que su propia edad.
Aquellos eran días en que el pueblo comentaba el tamaño de la carpa,la belleza de las artistas,el atractivo de los artistas- eternas promesas de un romance arrebatador- y, sobre todo, el grado de flacura de las fieras cuando las hubiese, detalle preocupante dado que influía directamente sobre la población de gatos domésticos. Al menos mi abuela Carmen trancaba bajo siete llaves a la gata de casa diciendo que no la había criado para que fuera a dar a la panza de un león muerto de hambre.
Evidentemente el masoquismo es uno de mis fuertes ya que, con todas las miserias humanas y animales que el circo me revelaba, yo no dejaba de ir una sola noche mientras éste se hallaba en Santa Clara y sufría en silencio pensando en que el tragafuego se pudiera quemar la lengua o compartía la contrariedad del malabarista aficionado que dejaba caer diez veces las pelotitas de colores hasta que se retiraba del picadero, derrotado por la ley de gravedad.
Entonces, tras los números circenses, se iluminaba el escenario y comenzaba la obra, acto que le otorgaba a aquel espacio, el nombre de Circo- Teatro. Allí uno descubría entre tantas otras sorpresas de la realidad que Juan Moreira era también el lanzador de cuchillos, que, además, se parecía sospechosamente al señor que cortaba las entradas. Y la china traidora que por despecho delata a Martín Aquino lucía muy, pero muy parecida a la voluptuosa señorita que rezaba mientras los cuchillos volaban en su dirección y, como si fuera poco, parecía gemela de la muchacha que vendía el pororó. Pero ninguna de esas tretas de la realidad podían con el encanto de la ficción y es así que Mónica mi amiga lloró ocho veces con "El derecho de nacer" aún cuando ya recitaba de memoria por lo bajo la escena en que Alberto descubre quién es su verdadera madre.Tampoco nos dejamos persuadir el día en que Juan Moreira, desacatado, arremetió contra los soldados formados sobre el fondo del escenario y nos percatamos de que habían caído cuatro pero sólo se incorporaron tres: el otro había caído de cabeza para atrás del tinglado impelido por la fuerza de un actor que incorporó en matrero.
No he vuelto a presenciar una función en muchos años; tal vez un día de estos, si retorna el circo al pueblo yo vuelva, a revivir esa ilusión compartida y probar a ser otro por un rato o a creer en lo que los otros no son.

miércoles, 16 de abril de 2008

BLANCA Y RADIANTE



Tal vez el casamiento no haya sido ni sea,en mi caso,una de esas cosas que uno puede llamar una obsesión (al fin y al cabo ya tengo bastantes), pero que lo pensé lo pensé y en alguna época me vi entrando a la Iglesia de blanco mientras sonaba la marcha nupcial y todo eso. Después no sé: en algún punto del camino apreté el acelerador y fui a dar a otra parte; en lugar del país de Susanita terminé en el país de Mafalda.
Pero las bodas tienen esa cosa maravillosa del blanco, las velas, la emoción que no sabés bien de qué o de dónde nace.
Dado que en mi infancia yo pasaba mucho tiempo en casa de mi abuela, cerca de la iglesia, con mi tía menor asistíamos a casi todos los casamientos a título de invitadas o de observadoras (antes se le decía coladas o mironas). Cuando no nos tocaba de cerca el evento podíamos observar a gusto y gana y considerar más si el vestido le quedaba grande a la novia o si sabía caminar de tacos, que la emoción de la familia o esas cuestiones de índole sentimental.
En una de esas ocasiones en que asistíamos desde una perspectiva externa -de afuera,que digamos-fuimos testigos, literalmente, de un golpe de realidad. Ya culminada la ceremonia, cuando los novios se acercaban a la salida transportados por el Aleluya ,y zarandeados por los parientes y curiosos que querían saludarlos , una muchacha decidió practicar uno de los ritos más antiguos que tienen que ver con el casamiento. Atenazada tal vez por su temor a la soltería (o por alguna doña casamentera) se acercó a la recién desposada y pisó el borde del vestido, poniendo allí su pie y todas sus esperanzas de que, como reza la tradición, le atrajera un matrimonio seguro. Lo que le atrajo fue una cachetada que resonó en el umbral del templo. Y en medio del silencio que siguió, se oyó la voz airada de la madrina: "¡Estúpida! ¡No lo pises que es alquilado!"
Hasta hoy supe si los contrayentes se enteraron o no del episodio . Lo que sí sé es que allí fenecieron mis intenciones de pisar algún ruedo satinado y tal vez -sólo tal vez- sea esa la causa de que tampoco me haya atrevido a pisar un altar: por miedo a que alguna pariente iracunda aguarde a la salida.

domingo, 13 de abril de 2008

UN SALUDO CORDIAL


Cada vez que mi padre cruzaba frente a la casa de Marcelo Siqueira, o por donde el veterano estuviera sentado, su diálogo era breve e inmutable , aún con el paso de los años. Mi viejo le gritaba: "¡Garrincha!" y Marcelo respondía: "¡La voz enronquecida del Comisario!"
Jamás lo pude entender y no recuerdo que se me lo haya explicado, pero son de esas voces que han quedado intactas en mi cabeza, que parecen estar aún en el aire.Tal vez me haya acercado a comprenderlo cuando volví al pueblo a poder con los fantasmas y a empezar una nueva vida.
Yo solía ir a un almacén al que la gente iba como a la pulpería: se acodaba en el mostrador y conversaba horas mientras el propietario cortaba el fiambre al ritmo de la prosa despaciosa de los parroquianos. Yo entraba y detrás del mostrador se oía: "¿Qué hacés Carmen Ramírez?"; mi respuesta decía textualmente: "Maravillas para sobrevivir, Norma Ferreira" y tras el rito se iniciaba la compra.
Cuando uno va por las calles de Santa Clara a una velocidad que lo haga visible, no tarda mucho en cruzar un conocido (3 segundos es el promedio). Ahí el saludo es más o menos así: " Carlí..." y del otro lado se oye: "¿Cómo andás Cár..." Cuando alguien te nombra así date por parte del pueblo; es que eso significa que te conocen tanto que ya no hay necesidad de decir tu nombre entero: ambos saben quién es quién. Es el santo y seña de estas tierras.
Aún con todo lo que veamos,leamos o podamos escribir, la palabra dicha en alta voz continúa siendo un lugar de encuentro al que ningún otro se parece. Es un instante, un destello en donde la gente se encuentra y se reconoce como parte de algo más que sí mismo, de una historia compartida aunque no sea más que una historia de ires y venires sin visita ni tiempo para terminar de decir el nombre.

jueves, 3 de abril de 2008

MUERTOS DE RISA


Cuando mi abuela la Adelaida iba a contar una anécdota referida a un difunto expresaba: "Como decía el finadito .... (¡que no me lo diga más!)" y a mí me complacía hacer comentarios impíos sobre segundas oportunidades ante lo cual ella enfurecía y daba por terminada la evocación. Pero no adelantaba temer a esas cosas: la muerte y los Ramírez tenemos una vecindad entrañable, tanto que dos por tres me sorprendo nombrándola como a alguna parienta vieja.

Cuando pasábamos frente a la sala velatoria habiendo funeral, o veíamos un cortejo , mi padre solía comentar como al descuido: "Ese no toma más Coca Cola" y, además, tenía una colección imperdible de cuentos de velorios ,enriquecida por sus largos años de policía y por una imaginación que no siempre se matrimoniaba con la realidad.

Sin embargo mi Tía la Tónquina no; ella jamás compartió la impiedad con que mi viejo hablaba de los difuntos y presumo que a escondidas se persignaba. Ella ha sufrido por ella y otro poco por nosotros ,dado que -me parece- sospecha que somos medio bárbaros para el tema de los decesos y las lamentaciones. Cuando uno de los nuestros, ya ascendido parece alejarse, le reza, le reza y le reza hasta que lo trae de vuelta, al alcance del cirio prendido frente al portarretrato.

El día en que enterramos a mi viejo, mientras marchábamos al cementerio en esa especie de desfile macabro, mi Tía, transida de dolor, se da vuelta, mira hacia atrás y observando la fila de coches expone la siguiente estadística mortuoria: "Qué pocos autos: en el entierro de la finada Chiche, tu madre, había más" No pude reír porque mis fuerzas estaban en otra parte, pero entonces supe que el autor de mis días había dejado de contar chistes de velorio para poder protagonizarlos.

SOSTIENE PEREIRA

De los libros que uno lee y se le impregnan en las venas es "Sostiene Pereira" de Antonio Tabucchi.No me abandonan desde entonces las estampas de Lisboa, la plaza, el café donde Pereira iba más religiosamente que a misa ,y todavía me conmueve la ternura con que miraba el retrato de su mujer y le contaba sus días, la misma ternura con que Tabucchi desliza su mirada sobre ese hombre envejecido, envuelto en melancolía.
Pero sobre todo recuerdo el oficio de Pereira: periodista, columnista de un periódico que, en los tiempos más duros de la dictadura de Salazar en Portugal, escribía notas fúnebres de escritores ilustres;las componía para los que ya se habían ido de este mundo hacía tiempo o preparaba por adelantado las dedicadas a algunos que ya estaban haciendo la valija.Ni a favor ni en contra de nada: así vivía y escribía.Sólo la amistad de un joven idealista y rabiosamente combativo lo hace cambiar su mirada.
Pero no quiero contar algo que Tabucchi ya contó (y presumo que mejor de lo que yo pudiera hacer). Sólo estoy rememorándolo porque a veces me siento un Pereira que escribe sobre cosas que no provocan debate, que no confrontan.Me pregunto si el amor por los micromundos no es una de las tantas formas de la cobardía, de miedo a los mundos grandes.
No voy a dejar de escribir lo que escribo simplemente porque no puedo dejar de ver las cosas y de encantarme, pero no debo olvidar que "Afuera otro mundo más mundo nos reclama"

miércoles, 2 de abril de 2008

ME SUENA A ALGO

Todo instante de mi vida tiene una canción, una banda sonora (y eso que no creo tener una existencia de película). Aquí están algunos de esos temas que contienen lo mejor y peor de mis días.

Leonad COHEN: "Dance me to the end of love"

BUENA VISTA SOCIAL CLUB: "Chan Chan"


JANIS JOPLIN: "Me and Bobby MC Gee"


THE DOORS: "Touch me"


CAETANO VELOSO: "Jokerman"


PD: Dedicado a Eugenia que me metió en esto y a Charruita que me sacó.

martes, 18 de marzo de 2008

¡QUÉ BICHO EL AMIGO!


Creo poder decir que tengo amigos, tal vez no muchos pero seguro que suficientes. Tuve los amigos de la infancia y adolescencia de los que no me queda ninguno: nos separaron las orientaciones profesionales, los estados civiles y/o los dramas familiares. Cuando empezamos a reencontrarnos ,en ocasiones no conseguimos averiguar qué habíamos tenido en común.
Tuve luego mis amigas de la pensión y el apartamento en Montevideo, gente que debería ser premiada por convivir conmigo, no agredirme con arma de fuego y ,encima, en varios casos, quererme. Paralelamente (pero con escaso contacto entre ambos grupos proclives a mi persona), tuve amigos que empezaron en el IPA y me fueron arrastrando al Solís, a las ferias vecinales, a Juntacadáveres, a las casas de playa, a las calles hermosas de Garzón y Lezica y a otra infinidad de sitios de variable reputación.
Y tengo los amigos de esta villa Santa que a veces es Clara y otras veces Oscura, esa gente a la que por temporadas merezco aunque en alguna que otra ocasión les haya huído cobardemente para que no me ayudaran. Juntos forman un grupo pintoresco que casi nunca he visto reunido del todo a no ser en alguna Arca de Noé de esas que organizo anualmente (o sea mi cumpleaños).
Cuento entre ellos a Nelsa, que jamás le hizo caso a nuestro grado de parentesco y optó una y otra vez por ser mi amiga; los 40 y pico más ingenuos que he visto en la vida (y la risa más estruendosa y genuina que mis oídos hayan podido soportar).
Está también Charles , especie de Patriarca posmo, desaforado y brillante que me dio unos metros de ventaja y, cuando quiso acordar, me había adoptado. A su lado (y al mío) La Mujer, alguien cuyo cariño en mis peores momentos me resultó casi inexplicable y que más de una vez me sacó a escobazos de mi rincón de telarañas. Aún hoy me encanta ver cómo sirve la comida como celebrando el eterno ritual de compartir; creo que ella y Charles tienen algo de Adán y Eva, un tinte de pareja original (por lo de Origen y porque de verdad son sui generis).
Me aconteció también el Agropecuario cuyo andar me produce una nostalgia infinita y cuya propiedad de la última palabra me produce hipertensión. Es alguien a quien le tengo enorme afecto y le tengo registrados gestos de esos que sólo se tienen para con un amigo. Casi nos divide la felicidad de los triunfos políticos, pero entonces nos apareció San Carlos de los Proyectos y nos dio sin querer la excusa para hablar otra vez de chanchas moras (y doradas) , y recordar que los asados tal vez no existan más que como refugios para amigos con áreas incompatibles.
Conjuntamente he tenido la amistad de La Morocha, que me gané en sabe Dios qué Lotería prodigiosa. Ahora que ya no nos vemos tanto nuestros hijos son el puente por el que vamos una hacia la otra de vez en cuando.
Y está Mariana ("Ay ché, qué espantoso") que no sé si ella sabe que es mi amiga pero yo la voto igual porque es de los seres más íntegros que he conocido y porque tiene una piedad infinita hacia los seres anárquicos y emocionalmente inestables como yo.
Capítulo aparte ocupa la Luisa que ostenta el dudoso honor de Musa Inspiradora, pero bien rara: no me toca las sienes con una pluma de cisne ni tañe la lira: me chifla en la puerta con un budín bajo el brazo y cuestiona mi inteligencia para motivarme a escribir (a ella le debo este blog y la resurreción de unas 45 neuronas. Porque se reproducen sí y no me porfíen porque lo vi en el Discovery Channel).
En resumen: los amigos son una subespecie de las que por suerte no se extinguen (y eso que son bichos raros)

miércoles, 12 de marzo de 2008

Gracias caperucitaslife por el meme y el premio. Paso a responder:


a – Si pudieras parar el tiempo en un momento de tu vida. Cuando avisté Salvador de Bahía desde el avión
b – Si pudieras estrecharle la mano a alguien. A la Ñusi, donde quiera que esté
c – Tu puedes cambiar el mundo? Hallo que sí: buen gusto tengo.
d – Que harás esta noche? Oír a mi hija decir que me ama hasta el cielo y saber que es verdad.
08.- Una película: Tiempo de gitanos
10.- Playa o Montaña: Playa (no tengo talento para escalar)
11.- Ciudad preferida: Lisboa
12.- Cerveza o vino: Vino
13.- El vaso mitad lleno o mitad vacío: lleno ( de vino)
17.- Tipo de música: rock´n´roll
18.- Una canción: Mercedes Benz (Janis Joplin)
19.- Flor: de campo
20.- Tema de conversación más detestado: mis presentes kilos de más comparados con mis antiguos kilos de menos.
24.- ¿Cómo te ves en el futuro? una vieja loca y de lo más agradable
25.- ¿Qué harías si te tocase la lotería? Compraría Peñarol (y lo sacaría campeón)
26.- Cuando sales ¿qué bebes? Me bebo los vientos
27.- Estilo de vestir: excluye los tacos (salvo para la bailanta)
28.- ¿Qué cambiarías de tu vida?: La colección de amores perros.
e – Cual fue el día después del que todo fue diferente? Cuando, de mi vientre, nació Pastora
31.- Lo primero que piensas cuando despiertas: "¡Qué ruido espantoso el de este despertador!".
32.- ¿Las tormentas te gustan o te asustan? Me gustaban antes del tornado del año pasado
33.- Si pudieras ser otra persona, ¿quién serías?: Cantante de una banda de rock´n´roll
34.- Algo que tienes puesto siempre y no te lo quitas: las ojeras
35.- ¿Qué hay en las paredes de tu habitación? Una imagen de Fito Páez cuando aún era él.
37.- Tímido o extrovertido: extrovertida (pero sólo para disimular la timidez)
38.- Una palabra que te encante decir: " Nossa !"
39.- Alguna despedida especial: a mis alumnos de 6to cada año
40.- Libro favorito: Cien años de soledad
42.- Lugar preferido: La puerta de mi casa (mirando hacia los cerros).
43.- Conformista o inconformista: inconformista
46.- Hobby: escribir / ver todo el fútbol que entre en mi retina

viernes, 15 de febrero de 2008

APARTA DE MÍ ESA CUMBIA


He pensado seriamente en abandonar la cumbia. Yo, admiradora de Janis Joplin y adoradora de Leonard Cohen he llevado durante todos estos años una vida paralela que me ha tenido meneando las caderas por los locales bailables de medio Uruguay (¡bah!, en realidad de cuarto). Pero cortar el lazo tropical me obliga a mudarme de Santa Clara o a revisar seriamente todo mi universo vital.

Santa Clara y la cumbia tienen una existencia indivisible. A los cuatro o cinco años el niño aprende a bailarla con la anuencia de sus padres en el entendido que está adquiriendo un mecanismo de supervivencia en sociedad y de ahí en más se convierte en el santo y seña para alternar en cualquier evento (o sea: en el baile. No vamos a presumir de tener variedad).

El baile, ese gran retrato de costumbres lugareñas.

Para muchos ir a un baile es simplemente eso: ir , para otros, sin embargo, es una sucesión de etapas que da inicio con la producción previa. La ropa y el maquillaje son los códigos esenciales.

Puede una vestirse con ropa holgada, algo excéntrica y pintarse como si no lo hubiera hecho. Esa es la actitud: "Yo no estoy aquí".

Puede una vestir ropa casual, no pintarse y pasar de largo de todo. Esa es la actitud "Me divierto igual con una cumbia o con el Himno Nacional"

Puede una colocarse el jean bien apretado y una blusa ceñida y con generoso escote; le adicionará luego una pintura que resalte sus provocadores labios. Esa es la actitud "Estoy buena, hace rato que me dí cuenta, me gusta que lo adviertas, y si quiero te hago caso"

Puede también la señora o señorita (o el resto) transpirar hasta entrar en el último pantalón que todavía le queda, valorizar su escote y pintarse a lo vampiresa. Esa es la actitud "Ahora o nunca".

Cumplidos esos requisitos marchará a la bailanta.

El local está en semipenumbra, y por él ya deambulan los futuros danzarines (bailar ya de entrada es cosa de gente mayor y casada). Si una es habitué, casi de ojos cerrados se dirige a su puesto y elige entre adoptar una pose neutra (provocativa sólo cuando la madrugada avanza) o iniciar unos discretos movimientos en el lugar; la ventaja es que ese movimiento podrá mantenerse la noche entera dado que la base rítmica permanecerá incambiada hasta las 5 de la mañana. Las canciones irán nombrando injuriosamente cada parte del cuerpo femenino, luego pasarán por la etapa de exaltación fálica y más tarde dirán más o menos lo mismo pero en tono romántico para que no parezca que sólo piensan en ESO.

He llegado a sospechar que los de la National Geographic se harían un banquete si se dieran una vuelta por aquí. No seremos los leones de la sabana africana pero ... le andamos cerca en algunos aspectos. Hombres y mujeres se separan en pequeños grupos y observan; muchos bailan, pero en las mujeres especialmente se advierte una expresión que poco se asemeja a la diversión: vistas de cerca tienen la misma mirada de una cajera de súper en hora pico. Siempre me ha fascinado ese detalle: bailar a esas alturas más que un mero regocijo parece parte de un imperativo de la especie. Divertirse es, en definitiva, algo muy serio.
Yo, sobreviviente de la época en que esperabas la invitación a bailar engrillada a una mesa, y que acompañé (siempre con sabrosura) la evolución (?) de nuestras costumbres danzantes, estimo que encontré bastantes amores y perdí suficientes oportunidades en esos templos de la parranda, así que ahora que estoy mudando de piel tal vez deba ,también, mudar de sitio.
En fin, a mi también me ha alcanzado la selección natural, por tanto creo que es hora de abandonar la cumbiamba antes de que me alcance , además, algún predador infame.

domingo, 3 de febrero de 2008

PALABRITAS

Hace tres días comenzamos un nuevo capítulo de las enfermedades familiares, esas que ya traen una espada de Damocles incluida. Y bueno, otra vez todo: la palabra cruel, la incredulidad, la negación, el viaje hacia adelante en un tiempo que se presume doloroso y de siempre despedida, luego el regreso al presente y un pacto con la esperanza. Y la otra parte: el médico, ese universo de lo dicho y lo sospechado, donde una palabra a veces es lo que te separa del infierno tan temido, un pequeño universo gigante donde las palabras cuando cobran diminutivos se vuelven enormes: el tumor deviene tumorcito, el nódulo es un nodulito, la camilla es una camillita.
Estar arrasado por la tristeza es algo por lo que todos alguna vez pasamos, como por el amor, el miedo o la furia, pero a esa corriente hay que remarle en contra., más que a cualquier otra. ¿Y qué hago yo ante la evidencia material e irrefutable? ¿Qué hago yo por esa doña que está en todos los capítulos de mi historia? La recuerdo, la recuerdo y la recuerdo ahora que está, ahora que es. Tal vez si me apodero de sus pasos cortos, de sus santitos, de su voz de soprano y de todas sus obsesiones no se atreva a irse.