lunes, 28 de abril de 2008

UN SEÑOR CANOSO DE HABLAR PAUSADO



Un señor canoso de hablar pausado, que jamás levanta la voz, no por cortedad sino por convicción. No es necesario que diga su profesión: lo de maestro se le ve de lejos. Nos hemos visto en ámbitos diversos pero la imagen más persistente es esa en que lo veo reinando en una sala donde sus libros hablan de un saber profundo y los adornos hablan del gusto depurado de su señora esposa.Ambos tienen esa cosa del maestro que a uno le da verguënza decir una procacidad o meterse el dedo en la nariz; uno los respeta porque basta con verlos para entender que lo merecen.
Con el señor de nevada cabellera también hemos sabido estar a la vera de una mesa compartiendo unos brindis,donde sus años de vida y obra no lo hacen un bronce para la reverencia sino una historia abierta y un ser entrañable. Tiene un apodo que invita a pensar en cantor de milongas o en mentado personaje del lugar, pero no: es un hombre discreto que obra despacito y casi con disimulo porque simplemente creo no nació para el halago.
Los elogios le producen incomodidad, por eso yo he optado directamente por la insolencia, disfrazada a veces de ingenio (vaya trabajo este que da la gente modesta).
Lo he visto sobrevivir a reuniones de esas donde practicamos nuestra uruguayez en su lado más exasperante: hablamos todos a la vez en el entendido de que el uso de la palabra nos corresponde. Y allí en medio del batifondo de los redentores, constructores y visionarios permanece el Don con sus papeles donde, en rigurosa cursiva, registra su pensamiento mansito pero seguro como su andar.
Alguien que haya leído Asterix podrá comprender por qué el maestro Fuentes me recuerda tanto a Panoramix el druida, que en medio de la tremolina de los irreductibles galos que vuelta y media se trenzan levantando polvareda, sigue arrimando ingredientes al caldero donde se cuece la mágica poción que los vuelve invencibles. Sin ella no son diferentes a todos los pueblos de la Galia que los romanos ya alcanzaron a someter. Entonces me vuelvo al Don de estas letras y pienso: suerte la nuestra, montón de galos si no irreductibles por lo menos peleadores, que tenemos un venerable que mira más allá del horizonte y tiene la sabiduría y la calma de comprender que por buenos o malos que sean los tiempos jamás debemos dejar de alimentar , un día sí y otro también, aquello que nos hace fuertes, las pocas o muchas cosas que nos permiten creer que tenemos un futuro.

viernes, 25 de abril de 2008

UNA RODRÍGUEZ SE COLUMPIABA




"Una Rodríguez se columpiaba
sobre la tela de una araña ..."

Cuatro hermanas ya suena a película de Bergman o a novela de Charlotte Bronte, pero no: las aquí aludidas por ahora sólo son autoría de un señor de aura patriarcal y de una señora que me recuerda irremediablente el aire nostálgico y vibrante de Alejandra Pizarnik. Ellas son cuatro pero en mi existencia terrena me he estado cruzando fundamentalmente con dos y luego con tres. La que empezó a columpiarse en mis cercanías fue la que de niña tuvo una cara sombría y sólo en su adolescencia le descubrí una risa contagiosa y una genialidad para la ironía que nos ha hermanado hasta el presente.
"...como veía que resistía
fuése a buscar a otra Rodríguez"

Años después se subió al columpio una criatura blanquísima con un gesto de eterno despertar, una risa estruendosa (que la primera dice no conocer) y una afición pantagruélica por los caramelos de fruta.Talentosa y con vocación para la protesta.
"Ya dos Rodríguez se columpiaban
sobre la tela de una araña.
Como veían que resistía
fueron a buscar a otra Rodríguez"

Entonces llegó Caperucita o su versión telúrica: menuda, de rasgos chiquitos, con un leve aire a actriz francesa de películas de Cinemateca. Inteligente y mucho más tímida que sus letras, emergió de sus idas y vueltas al mundo y por el mundo.
En fin:así llevo más de diez años de esta historia. Unos se columpiaron un rato y les aburrió mi charla o golpearon muchas veces y no me acordé de abrir, por eso se fueron. Otros y otras han preferido olvidar que en mis ratos de ocio soy troglodita y maledicente y han dejado que sus vaivenes los sigan trayendo y llevando.
Por las dudas, siempre habrá una tela de araña en la que columpiarse a la puerta de mi casa. Una tela ... a prueba de Rodríguez y descendientes.

miércoles, 23 de abril de 2008

LA MOROCHA DEL CIRCO




Nunca fui una buena espectadora para el circo: los payasos me daban tedio, los malabaristas me ponían nerviosa, los leones me daban tristeza y los monos y perros de tutú , andando en bicicletas de miniatura me daban indignación. Tal vez por eso de niña dejaron de llevarme: porque, paralelo a la actuación, yo iba haciendo un recuento que deprimía al más entusiasta.
Pero hace una semana, caminando rumbo a mi trabajo en Cerro Chato, alcancé a ver un afiche en una vidriera céntrica. Y el nombre de los dueños del circo me trajo el recuerdo de una mujer esbelta que se elevaba por los aires suspendida de su propio cabello y de una niña que de día corría conmigo en el patio de la escuela y garabateaba unas letras enormes, y que de noche parecía el hada Campanita, balanceándose en el trapecio y luciendo una sonrisa más grande que su propia cara y mayor que su propia edad.
Aquellos eran días en que el pueblo comentaba el tamaño de la carpa,la belleza de las artistas,el atractivo de los artistas- eternas promesas de un romance arrebatador- y, sobre todo, el grado de flacura de las fieras cuando las hubiese, detalle preocupante dado que influía directamente sobre la población de gatos domésticos. Al menos mi abuela Carmen trancaba bajo siete llaves a la gata de casa diciendo que no la había criado para que fuera a dar a la panza de un león muerto de hambre.
Evidentemente el masoquismo es uno de mis fuertes ya que, con todas las miserias humanas y animales que el circo me revelaba, yo no dejaba de ir una sola noche mientras éste se hallaba en Santa Clara y sufría en silencio pensando en que el tragafuego se pudiera quemar la lengua o compartía la contrariedad del malabarista aficionado que dejaba caer diez veces las pelotitas de colores hasta que se retiraba del picadero, derrotado por la ley de gravedad.
Entonces, tras los números circenses, se iluminaba el escenario y comenzaba la obra, acto que le otorgaba a aquel espacio, el nombre de Circo- Teatro. Allí uno descubría entre tantas otras sorpresas de la realidad que Juan Moreira era también el lanzador de cuchillos, que, además, se parecía sospechosamente al señor que cortaba las entradas. Y la china traidora que por despecho delata a Martín Aquino lucía muy, pero muy parecida a la voluptuosa señorita que rezaba mientras los cuchillos volaban en su dirección y, como si fuera poco, parecía gemela de la muchacha que vendía el pororó. Pero ninguna de esas tretas de la realidad podían con el encanto de la ficción y es así que Mónica mi amiga lloró ocho veces con "El derecho de nacer" aún cuando ya recitaba de memoria por lo bajo la escena en que Alberto descubre quién es su verdadera madre.Tampoco nos dejamos persuadir el día en que Juan Moreira, desacatado, arremetió contra los soldados formados sobre el fondo del escenario y nos percatamos de que habían caído cuatro pero sólo se incorporaron tres: el otro había caído de cabeza para atrás del tinglado impelido por la fuerza de un actor que incorporó en matrero.
No he vuelto a presenciar una función en muchos años; tal vez un día de estos, si retorna el circo al pueblo yo vuelva, a revivir esa ilusión compartida y probar a ser otro por un rato o a creer en lo que los otros no son.

miércoles, 16 de abril de 2008

BLANCA Y RADIANTE



Tal vez el casamiento no haya sido ni sea,en mi caso,una de esas cosas que uno puede llamar una obsesión (al fin y al cabo ya tengo bastantes), pero que lo pensé lo pensé y en alguna época me vi entrando a la Iglesia de blanco mientras sonaba la marcha nupcial y todo eso. Después no sé: en algún punto del camino apreté el acelerador y fui a dar a otra parte; en lugar del país de Susanita terminé en el país de Mafalda.
Pero las bodas tienen esa cosa maravillosa del blanco, las velas, la emoción que no sabés bien de qué o de dónde nace.
Dado que en mi infancia yo pasaba mucho tiempo en casa de mi abuela, cerca de la iglesia, con mi tía menor asistíamos a casi todos los casamientos a título de invitadas o de observadoras (antes se le decía coladas o mironas). Cuando no nos tocaba de cerca el evento podíamos observar a gusto y gana y considerar más si el vestido le quedaba grande a la novia o si sabía caminar de tacos, que la emoción de la familia o esas cuestiones de índole sentimental.
En una de esas ocasiones en que asistíamos desde una perspectiva externa -de afuera,que digamos-fuimos testigos, literalmente, de un golpe de realidad. Ya culminada la ceremonia, cuando los novios se acercaban a la salida transportados por el Aleluya ,y zarandeados por los parientes y curiosos que querían saludarlos , una muchacha decidió practicar uno de los ritos más antiguos que tienen que ver con el casamiento. Atenazada tal vez por su temor a la soltería (o por alguna doña casamentera) se acercó a la recién desposada y pisó el borde del vestido, poniendo allí su pie y todas sus esperanzas de que, como reza la tradición, le atrajera un matrimonio seguro. Lo que le atrajo fue una cachetada que resonó en el umbral del templo. Y en medio del silencio que siguió, se oyó la voz airada de la madrina: "¡Estúpida! ¡No lo pises que es alquilado!"
Hasta hoy supe si los contrayentes se enteraron o no del episodio . Lo que sí sé es que allí fenecieron mis intenciones de pisar algún ruedo satinado y tal vez -sólo tal vez- sea esa la causa de que tampoco me haya atrevido a pisar un altar: por miedo a que alguna pariente iracunda aguarde a la salida.

domingo, 13 de abril de 2008

UN SALUDO CORDIAL


Cada vez que mi padre cruzaba frente a la casa de Marcelo Siqueira, o por donde el veterano estuviera sentado, su diálogo era breve e inmutable , aún con el paso de los años. Mi viejo le gritaba: "¡Garrincha!" y Marcelo respondía: "¡La voz enronquecida del Comisario!"
Jamás lo pude entender y no recuerdo que se me lo haya explicado, pero son de esas voces que han quedado intactas en mi cabeza, que parecen estar aún en el aire.Tal vez me haya acercado a comprenderlo cuando volví al pueblo a poder con los fantasmas y a empezar una nueva vida.
Yo solía ir a un almacén al que la gente iba como a la pulpería: se acodaba en el mostrador y conversaba horas mientras el propietario cortaba el fiambre al ritmo de la prosa despaciosa de los parroquianos. Yo entraba y detrás del mostrador se oía: "¿Qué hacés Carmen Ramírez?"; mi respuesta decía textualmente: "Maravillas para sobrevivir, Norma Ferreira" y tras el rito se iniciaba la compra.
Cuando uno va por las calles de Santa Clara a una velocidad que lo haga visible, no tarda mucho en cruzar un conocido (3 segundos es el promedio). Ahí el saludo es más o menos así: " Carlí..." y del otro lado se oye: "¿Cómo andás Cár..." Cuando alguien te nombra así date por parte del pueblo; es que eso significa que te conocen tanto que ya no hay necesidad de decir tu nombre entero: ambos saben quién es quién. Es el santo y seña de estas tierras.
Aún con todo lo que veamos,leamos o podamos escribir, la palabra dicha en alta voz continúa siendo un lugar de encuentro al que ningún otro se parece. Es un instante, un destello en donde la gente se encuentra y se reconoce como parte de algo más que sí mismo, de una historia compartida aunque no sea más que una historia de ires y venires sin visita ni tiempo para terminar de decir el nombre.

jueves, 3 de abril de 2008

MUERTOS DE RISA


Cuando mi abuela la Adelaida iba a contar una anécdota referida a un difunto expresaba: "Como decía el finadito .... (¡que no me lo diga más!)" y a mí me complacía hacer comentarios impíos sobre segundas oportunidades ante lo cual ella enfurecía y daba por terminada la evocación. Pero no adelantaba temer a esas cosas: la muerte y los Ramírez tenemos una vecindad entrañable, tanto que dos por tres me sorprendo nombrándola como a alguna parienta vieja.

Cuando pasábamos frente a la sala velatoria habiendo funeral, o veíamos un cortejo , mi padre solía comentar como al descuido: "Ese no toma más Coca Cola" y, además, tenía una colección imperdible de cuentos de velorios ,enriquecida por sus largos años de policía y por una imaginación que no siempre se matrimoniaba con la realidad.

Sin embargo mi Tía la Tónquina no; ella jamás compartió la impiedad con que mi viejo hablaba de los difuntos y presumo que a escondidas se persignaba. Ella ha sufrido por ella y otro poco por nosotros ,dado que -me parece- sospecha que somos medio bárbaros para el tema de los decesos y las lamentaciones. Cuando uno de los nuestros, ya ascendido parece alejarse, le reza, le reza y le reza hasta que lo trae de vuelta, al alcance del cirio prendido frente al portarretrato.

El día en que enterramos a mi viejo, mientras marchábamos al cementerio en esa especie de desfile macabro, mi Tía, transida de dolor, se da vuelta, mira hacia atrás y observando la fila de coches expone la siguiente estadística mortuoria: "Qué pocos autos: en el entierro de la finada Chiche, tu madre, había más" No pude reír porque mis fuerzas estaban en otra parte, pero entonces supe que el autor de mis días había dejado de contar chistes de velorio para poder protagonizarlos.

SOSTIENE PEREIRA

De los libros que uno lee y se le impregnan en las venas es "Sostiene Pereira" de Antonio Tabucchi.No me abandonan desde entonces las estampas de Lisboa, la plaza, el café donde Pereira iba más religiosamente que a misa ,y todavía me conmueve la ternura con que miraba el retrato de su mujer y le contaba sus días, la misma ternura con que Tabucchi desliza su mirada sobre ese hombre envejecido, envuelto en melancolía.
Pero sobre todo recuerdo el oficio de Pereira: periodista, columnista de un periódico que, en los tiempos más duros de la dictadura de Salazar en Portugal, escribía notas fúnebres de escritores ilustres;las componía para los que ya se habían ido de este mundo hacía tiempo o preparaba por adelantado las dedicadas a algunos que ya estaban haciendo la valija.Ni a favor ni en contra de nada: así vivía y escribía.Sólo la amistad de un joven idealista y rabiosamente combativo lo hace cambiar su mirada.
Pero no quiero contar algo que Tabucchi ya contó (y presumo que mejor de lo que yo pudiera hacer). Sólo estoy rememorándolo porque a veces me siento un Pereira que escribe sobre cosas que no provocan debate, que no confrontan.Me pregunto si el amor por los micromundos no es una de las tantas formas de la cobardía, de miedo a los mundos grandes.
No voy a dejar de escribir lo que escribo simplemente porque no puedo dejar de ver las cosas y de encantarme, pero no debo olvidar que "Afuera otro mundo más mundo nos reclama"

miércoles, 2 de abril de 2008

ME SUENA A ALGO

Todo instante de mi vida tiene una canción, una banda sonora (y eso que no creo tener una existencia de película). Aquí están algunos de esos temas que contienen lo mejor y peor de mis días.

Leonad COHEN: "Dance me to the end of love"

BUENA VISTA SOCIAL CLUB: "Chan Chan"


JANIS JOPLIN: "Me and Bobby MC Gee"


THE DOORS: "Touch me"


CAETANO VELOSO: "Jokerman"


PD: Dedicado a Eugenia que me metió en esto y a Charruita que me sacó.