sábado, 19 de julio de 2008

LA PERRA VIDA



En la vida le he temido y temo a muchas cosas: al sufrimiento físico, a la muerte de mis seres queridos, a los tornados, a que me corten la luz, a las arañas, a las vacas, a los gallos, a la gente que insulta en la calle, a las langostas y -tal vez- a mi muerte, pero ningún temor se compara con el que le tengo a ... los perros.
Además de los especímenes humanos que la habitamos y numerosas aves y felinos, Santa Clara ha estado llena de canes ilustres, infames, violentos, fieles, chicos, grandes, que te ven acercarte con ese gesto impávido, sin dignarse a anunciar si sólo piensan quedarse allí o te van a saltar a la yugular.Si es cierto que los perros huelen la adrenalina que segregamos al experimentar temor, conmigo se deben embriagar.
Quien más quien menos habrá temido o temerá a cierto perro medio grande, medio traicionero, medio senil. Pero no es mi caso: yo le tengo miedo a TODOS los perros.
El obsesivo desarrolla estrategias para ocultar la vergonzosa tara y en eso puede llegar a alcanzar la perfección de un maestro. Ejemplo: voy caminando y en medio de la calle veo un perro con cara de nada. ¿Qué hacer? Aplicar uno de estos tres procedimientos: a) fingir que levanto una piedra y así el amenazante creerá que voy a arrojársela y huirá (¡pobre! jamás sabrá que no sé tirar piedras ni para arriba); b) me quedo parada y hago gestos como si hubiese perdido algo, lo cual me da excusa para retroceder unos metros en caso de que alguien estuviese mirándome; c) camino más lento a la espera de que pase algún vehículo y el animalejo se retire de su posición, en tanto yo voy rezando "San Roque, San Roque: que este perro me mire y no me toque"
Algunos hasta han sido mis amigos como el Melesio, que era propiedad de los vecinos pero solía sestear en casa y acompañarme a hacer los mandados, o la Margarita, que me saludaba de pasada al liceo y trotaba por el pueblo tras las huellas de los innumerables integrantes de la familia, pero la mayoría son del otros bando: los que me hacen cruzar de vereda.
No puedo dejar de mencionar en estas páginas al más villano de todos: el Masoller, un ovejero de edad incalculable que solía apostarse a la puerta de la casa de sus dueños adoptando la pose somnolienta del perro viejo y más allá del bien y el mal. Pero bastaba con que pasase alguien para que incorporara en demonio y te sacara corriendo. Parecía odiar especialmente a los ciclistas y, para colmo, alcanzaba velocidades increíbles, coordinadas con los ladridos furiosos y las dentelladas que te iba largando mientras se emparejaba contigo. Soñaba con atropellarlo, pero para su suerte murió de viejo antes de que yo siquiera comprase la Winner 4T.
Luego me las tuve que ver con el Simón, un perrito de aspecto desvalido y que muchos años atrás debió ser blanco. Durante mucho tiempo además de fastidiarme, su conducta me intrigó porque te dejaba pedalear tranquilo hasta que de repente le brotaba la bestia y salía disparado hacia uno. Para entonces yo ya había desarrollado la destreza de pedalear y soltar coces mientras tanto así que puede repeler varios ataques y, además, insultarlo. Tiempo después descubrí que era asuzado por un señor cuya ocupación consiste básicamente en permanecer sentado a la puerta de su casa. Entonces,mencioné al pasar una denuncia policial y el peligro fue conjurado.
Fue cuando conocí a la Poppy y todo volvió a comenzar, pero le paso como a mí: la maternidad la cambió para siempre. Y me dejó en paz.
Dicen que uno debe hacer frente a sus miedos y puede ser; yo , por ahora,no he podido. Opto por cruzar la calle o cualquier cosa menos -eso sí que no- salir corriendo porque prefiero que el dentado me acometa de frente y no por la retaguardia: mi imagen pública no resistiría a la exhibición de esta servidora de meñique levantado, corriendo despavorida por la 25 de Agosto con un barbilla prendido a sus posaderas.

(Dedicado al Masoller y a esa banda de minivillanos que han poblado de zozobra mis andares por esta villa).

viernes, 18 de julio de 2008

CUANDO YO ERA MARIPOSA


Una palabra que nunca me gustó fue METAMORFOSIS; será porque la asocio al monstruoso insecto de Kafka o porque tiene una sonoridad medio desagradable,pero lo cierto es que me da cosa. O será porque designa algo que a lo cual me cuesta horrores adaptarme: el cambiar. Está en mis genes: la comodidad y los adipocitos rebeldes.
Cierta vez halléme en un mismo recinto con quien supiera arderme de cuerpo entero en los años feroces y, tras unos breves segundos de mutua y piadosa contemplación, nos saludamos y nos preguntamos la serie ritual de preguntas bobas para luego fingir que teníamos otras cosas que hacer y huír uno del otro. Entonces -mientras me alejaba- el ofidio que a veces mora en mi cabeza pensó: "menos mal que el tiempo nos ha estragado parejo." Luego me arrepentí e hice penitencia -leve porque los silicios aún no están en oferta - , pero lo pensado pensado está.
Todos tenemos metamorfosis de cuerpo y de alma, sólo que las del cuerpo pueden llegar a ser muy onerosas (con lo que he gastado en productos diet a lo largo de en mi vida ya me hubiera podido comprar una casa de playa).Recuerdo cuando el buen consejo de una amiga (y el mejor aún de una terapeuta) me guiaron a los Gordos Anónimos. Allí me tuve que agarrar de las manos con la gente, tipo iglesia de Jimmy Schwaggart, y hacer contricción por cada hidrato de carbono consumido pero entonces no sólo me fui transformando de gordita en mujer flaca sino también en alguien más tolerante y alegre. Tan alegre que me subí a unos tacos de diez centímetros, empecé a mover las caderas, y no paré hasta cuatro años después.La gente no podía creer que me hubiese transformado en la mitad de mí (y yo tampoco).
Después, la matemática cruel me devolvió lo perdido y guardé los jeans de miniatura por si alguna vez me compraba una muñeca de aquel tamaño. De oruga a mariposa y otra vez a oruga.
Desde entonces los moradores de esta villa han adquirido un curioso hábito que es recordarme lo delgada que estuve en forma de una pregunta tan improcedente como absurda: "¿Te acordás de lo flaquita que estabas?" No, no me acuerdo: me pateó una heladera y perdí la memoria.Mi pasado de abdomen plano me condena.
A Dios gracias otra de mis metamorfosis me ha dotado de una nueva capacidad: la grosería.
En cierta ocasión, estando acodada en el mostrador del almacén decidiendo asuntos vitales para el mundo como si Peñarol debe o no jugar con línea de cuatro, un parroquiano dio en comentar con insistencia lo delgada que fui y cómo había engordado. Yo, con este don de gentes que recibí de mi señora madre, continué firme en el tema deportivo destinando al impertinente, apenas una leve sonrisa de colmillos asomados. Pero para su mal, el individuo reiteró el comentario. Entonces giré en su dirección y sin perder la sonrisa y el meñique levantado, sostuve el siguiente diálogo:
YO:¿Por una de esas casualidades planeás levantarme en la upa?
INOPORTUNO: No, claro que no.
YO: Bueno, entonces no veo por qué tenés que preocuparte tanto por mi físico.
En los siguientes minutos el aire se podría haber cortado con el mismo cuchillo con que el almacenero estaba cortándome queso magro, pero fue totalmente productivo: el índice de comentarios al respecto bajó un cincuenta por ciento y ,cada vez que alguien demuestra intenciones de opinar sobre el tema, el comerciante con diplomacia de anfitrión ,desvía el tema y seguimos corrigiendo males del fútbol uruguayo.