martes, 18 de agosto de 2009

ALTA COPLA ALTA



Hace dos sábados,me levanté de la postración gripal, envuelta como una beata y marché a una guitarreada de amigos: los Copla Alta volvían a tocar en Santa Clara después de larga ausencia. Me senté en primera fila con el indisimulable orgullo de saber que están definitivamente expulsados de la Cofradía de los Eternos Empezadores, aquella irónica y virtual entidad que el Tato y yo creamos en una de esas noches de invierno donde todo parece estar detenido. Néstor, no muy convencido había firmado el acta fundacional y mientras templaba guitarra y garganta junto a Alejandro, su compañero de ruta y trasnochadas, supe que ya no pertenecía a aquella historia escrita con la rabia de lo que empieza y no sigue andando. Los Copla continuaron su andar y se desvistieron del estigma de los Jóvenes Valores Locales.
Pese a todo, cuando empezaron a cantar viajé hacia atrás en el tiempo en que uno era un gurisito protestón y el otro un taciturno vocacional, a los tiempos de los zapatos apretados y las primeras ganas de comerse el mundo cantando.
Cumplí con mi papel de doña mandando a callar a los gurises y a los parroquianos que suelen hablar a gritos como si estuvieran en la feria (ventajas de la edad, que le dicen; y esperen unos años, cuando los haga callar a bastonazos).
No podía siquiera imaginar que allí comenzó una especie de canción interminable que duró más de seis horas, abriéndose camino en la madrugada, desgranando historias de amor gaucho, domadores, prendas ingratas y pescadores de sueños tristes. La historia desandó camino mientras cantaban los gurisitos, que dejan brotar las canciones en ese lenguaje de los guitarreros, donde hay mucho más que palabras y acordes: cuando uno se pierde, con una mirada le pide disculpas al otro, como cuando en medio de la cumbiamba pisás al bailarín y sólo un gesto basta para seguir el paso. Me recordó aquellos versos de Octavio Paz: "Bailar el baile sin perder el paso/ beber y en la elmbriguez asir la vida" Aquella noche algunos trataron de asirla, pero la vida siguió de largo.
Mirando alrededor supe que estábamos entrando en esa hora que las bebidas espirituosas empiezan a teñir de un aura imperceptible que cierra unas puertas y abre otras, el tiempo en que de los vasos comienzan a brotar personajes escondidos, nostalgias nuevas y muy antiguas.
Después de la hora de los gatos pardos, se abre el zoológico entero, galopa campo afuera la fauna del Uruguay Profundo; el mostrador ya no da para un codo más y los rostros se van tiñendo de colores raror y los gestos se transforman.
La madrugada es una patria ancha y triste donde viven los que no se atreven a aflorar de día. Casi es un pecado no ser un solitario a esa hora. Desfile extraño el de esas horas; figuras grotescas bailotean alrededor de los cantores, al ritmo de otra música que no es la de los guitarreros; son fantasmas que bailan con la propia sombra, que acompañan a la propia soledad.
Cuando supe que había bebido suficiente nostalgia, futuro y whisky, me envolví otra vez en el manto de beata y marché a casa tarareando una de esas letras que sólo la licencia poética puede admitir: "No le duran las mujeres/ las gasta en el baile/ es gran bailarín"
Alta copla alta: ¡que noche para volver a encontrarnos!

martes, 4 de agosto de 2009

Y ME GUSTAN ESOS RAROS MARCIANOS NUEVOS


He dicho hace poco (y lo sostengo) que saludar en el pueblo es todo un arte, cultivo de tradición y fortalecimiento de vínculos. Pues bien: la modernidad vino a complicar las cosas. La mudanza llegó de la mano de una ordenanza de tránsito: la obligatoriedad para los motociclistas de usar casco. ¡¡Estamos prontos!!, ahora sí que complicó. Si ya era difícil andar repartiendo saludos cual Reina de las Llamadas entre un mar de gente conocida, ahora es casi misión imposible. Saludar seguimos saludando pero... ¿a quién? ¡Ah, eso tal vez nunca lo sepas! Los cotidianos y apreciados habitantes de la Villa Santa han sufrido una horrible mutación: ahora son un exótico grupo de seres con la cabeza cubierta por esa especie de tocado de astronauta. Entonces tus categorías se alteran completamente: aquel con quien no te das hace diez años recibe un fervoroso saludo de tu parte, habiéndolo confundido con tu solidario vecino; la adorable señora que, temerosa a las multas, se calzó el gorro de extraterrestre recibe de tu parte apenas un displiscente gesto porque la supusiste nueva en el pueblo ,y así la vas llevando: rodando entre anónimos conocidos de siempre.
¡Y bué! los santaclarenses hemos hallado una nueva forma de escaparle a la rutina, jugando a adivinar quién va y quién viene, transfigurado por el nuevo look cuasi-alienígena.
¡Que cosa esto de los tiempos modernos!

EL ARTE DE SALUDAR


La vida de pueblo exige¨ el cultivo de artes peculiares, de ritos que hacen parte de nuestra identidad. Tal vez uno de los más complejos sea el arte del saludo: ¡sí señor! ¿acaso cree usted que saludar es únicamente decir ¨hola ¿qué tal?¨y nada más? Error. sería así de fácil si ambas partes involucradas estuvieran en movimiento, pero ahí es justamente donde la cosa entra a complicarse. Prueba tú a salir a hacer los mandados y saludar al señor que está sentado o parado a la puerta de su domicilio conocido.¨¿Cómo anda Don?" Seguirás tu trote-camino rogando que no haya cola en el Banco o que la UTE no haya cerrado. Cuando vuelvas, el señor estará allí mismo donde estaba en la primera ocasión: ¨¿Todo bien?"
Claro, tu jornada no se detiene ahí y tendrás que galopar hacia el trabajo; para ello habrás de pasar ... por donde el estático señor:¨¿Y...? ¿Cómo anda eso?" (no hay nada que ande porque el buen hombre simplemente está). Emprenderás el regreso ya pensando en qué preparar para la comida pero -hete aquí- en tu camino está el inefable señor que a esa altura forma parte del ornato público. Echarás mano del ingenio y dirás algo así como ¨¿Tónces...?" Cualquier cosa antes que ser antipático.
Pero suponte que aún te aguarda una nueva salida (por ejemplo: a comprar la otra mitad de las cosas que olvidaste).Ahí sí: apelas al infalible recurso meteorológico (¨¿Qué tiempito ¿eh) o cruzás de vereda porque ya se te habrá agotado la lista de frases de circunstancia, vencido por la tradición de estar, esa que te obliga a perfeccionar el complejo y ancestral arte de ser simpático en el pueblo.

EL AMOR EN SANTA CLARA


¨Eu só quero um amor tranquilo,
con sabor de fruta mordida¨

Enamorarse de la propia soledad es uno de los peligros de andar por la vida presumiendo de gente superada, más allá de esas prosaicas cuestiones humanas tales como prendarse de otro ser humano, perder el suelo en que uno pisa y sólo tener lugar en el estómago para un montón de mariposas.pero ya está: aconteció ,y sin vuelta atrás. Sin embargo recuerdo cómo era esperar junto al teléfono sintiendo que ese bendito aparato era la diferencia entre vivir o agonizar de pena; no olvido la sensación de plenitud de los amores de banco de plaza ni la pasión envenenada de los amores perros. Tal vez por eso gusto tanto de mirar lejos y decir con aire de Tita Merello que, un día, decidí no enamorarme más.Ya sé que es mentira, que uno no puede decidir sobre algo que está mucho más allá de la propia voluntad, pero queda poético dicho al son de los cubos de hielo de un scotch a la hora de los gatos pardos y, además, la vida me ha sido favorable a la hora de ser fiel a mis dichos.
De todos modos guardo alguna foto y una tarjeta, testimonios que sobrevivieron a la construcción del muro y que no han parado en la hoguera porque sabiamente los perdí entre mis papeles. Alguna que otra vez intenté hallarlos pero me distraje mirando comedias de amor, historias de la media naranja que, al final, siempre logra completarse.
Buen refugio para solitarios esta Villa Santa.