viernes, 1 de agosto de 2014

Santa cabeza (RESCATADOS DEL BAÚL 2010)



  Dos generaciones de mujeres por rama paterna han construido altares en mi familia (o, mejor dicho, "han constituído" altares): mi abuela, en una mesa especialmente reservada a los efectos y la Tónquina*, en la parte superior de una cajonera.
De las dos mencionadas la última ha sido la más creativa y dinámica en lo que se refiere a decoración: por ese altar ya pasaron fotos familiares, fotos carnet, candelabros, crucifijos de metales varios, floreros, velones y, por supuesto, estampitas de muchos santos. Para unirme al eterno cambio, sostenido por una inmutable devoción, cierta vez le regalé una imagen de San Expedito, plastificada y con una oración impresa en el reverso. Fue tal la demostración de fe de mi tía que puso al santito recostado en una vela que le encendió especialmente.
Por esos caprichos de la vida, la mencionada vela se consumió y al otro día la Tónquina le rezó a un santo bien diferente: San Sin Cabeza porque el fuego se la había quemado. Cuando, una semana después, regresé y vi aquello no sabía de qué asombrarme primero: si de que la llama de la vela caprichosamente hubiese consumido sólo la cabeza de San Expedito o de que mi tía le siguiera rezando así: decapitado/incinerado.
  Hoy que tengo mi altar personal, recuerdo las velas y santos de aquellos días, sólo que en lugar de flores y crucifijos tengo mis yuyitos, mis piedras, mi tabaquito rezado  y mis sahumerios.
Pastora gusta de sumarse al rezo de vez en cuando pero, como buena virginiana, la decoración del altar la distrae de la oración (siempre cambiaría algún detalle). Sabe Dios qué altar tendrá ella... y no importa. Lo único importante es que continúe viva esa llamita que nos hace creer en que hay un día de mañana. Aunque le rece a un bendito descabezado que, de tan bueno y milagroso prescinde de la testa para obrar en favor de los devotos. 
                                                                                                         Junio de 2010