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Creo poder decir que tengo amigos, tal vez no muchos pero seguro que suficientes. Tuve los amigos de la infancia y adolescencia de los que no me queda ninguno: nos separaron las orientaciones profesionales, los estados civiles y/o los dramas familiares. Cuando empezamos a reencontrarnos ,en ocasiones no conseguimos averiguar qué habíamos tenido en común.
Tuve luego mis amigas de la pensión y el apartamento en Montevideo, gente que debería ser premiada por convivir conmigo, no agredirme con arma de fuego y ,encima, en varios casos, quererme. Paralelamente (pero con escaso contacto entre ambos grupos proclives a mi persona), tuve amigos que empezaron en el IPA y me fueron arrastrando al Solís, a las ferias vecinales, a Juntacadáveres, a las casas de playa, a las calles hermosas de Garzón y Lezica y a otra infinidad de sitios de variable reputación.
Y tengo los amigos de esta villa Santa que a veces es Clara y otras veces Oscura, esa gente a la que por temporadas merezco aunque en alguna que otra ocasión les haya huído cobardemente para que no me ayudaran. Juntos forman un grupo pintoresco que casi nunca he visto reunido del todo a no ser en alguna Arca de Noé de esas que organizo anualmente (o sea mi cumpleaños).
Cuento entre ellos a Nelsa, que jamás le hizo caso a nuestro grado de parentesco y optó una y otra vez por ser mi amiga; los 40 y pico más ingenuos que he visto en la vida (y la risa más estruendosa y genuina que mis oídos hayan podido soportar).
Está también Charles , especie de Patriarca posmo, desaforado y brillante que me dio unos metros de ventaja y, cuando quiso acordar, me había adoptado. A su lado (y al mío) La Mujer, alguien cuyo cariño en mis peores momentos me resultó casi inexplicable y que más de una vez me sacó a escobazos de mi rincón de telarañas. Aún hoy me encanta ver cómo sirve la comida como celebrando el eterno ritual de compartir; creo que ella y Charles tienen algo de Adán y Eva, un tinte de pareja original (por lo de Origen y porque de verdad son sui generis).
Me aconteció también el Agropecuario cuyo andar me produce una nostalgia infinita y cuya propiedad de la última palabra me produce hipertensión. Es alguien a quien le tengo enorme afecto y le tengo registrados gestos de esos que sólo se tienen para con un amigo. Casi nos divide la felicidad de los triunfos políticos, pero entonces nos apareció San Carlos de los Proyectos y nos dio sin querer la excusa para hablar otra vez de chanchas moras (y doradas) , y recordar que los asados tal vez no existan más que como refugios para amigos con áreas incompatibles.
Conjuntamente he tenido la amistad de La Morocha, que me gané en sabe Dios qué Lotería prodigiosa. Ahora que ya no nos vemos tanto nuestros hijos son el puente por el que vamos una hacia la otra de vez en cuando.
Y está Mariana ("Ay ché, qué espantoso") que no sé si ella sabe que es mi amiga pero yo la voto igual porque es de los seres más íntegros que he conocido y porque tiene una piedad infinita hacia los seres anárquicos y emocionalmente inestables como yo.
Capítulo aparte ocupa la Luisa que ostenta el dudoso honor de Musa Inspiradora, pero bien rara: no me toca las sienes con una pluma de cisne ni tañe la lira: me chifla en la puerta con un budín bajo el brazo y cuestiona mi inteligencia para motivarme a escribir (a ella le debo este blog y la resurreción de unas 45 neuronas. Porque se reproducen sí y no me porfíen porque lo vi en el Discovery Channel).
En resumen: los amigos son una subespecie de las que por suerte no se extinguen (y eso que son bichos raros)
Tuve luego mis amigas de la pensión y el apartamento en Montevideo, gente que debería ser premiada por convivir conmigo, no agredirme con arma de fuego y ,encima, en varios casos, quererme. Paralelamente (pero con escaso contacto entre ambos grupos proclives a mi persona), tuve amigos que empezaron en el IPA y me fueron arrastrando al Solís, a las ferias vecinales, a Juntacadáveres, a las casas de playa, a las calles hermosas de Garzón y Lezica y a otra infinidad de sitios de variable reputación.
Y tengo los amigos de esta villa Santa que a veces es Clara y otras veces Oscura, esa gente a la que por temporadas merezco aunque en alguna que otra ocasión les haya huído cobardemente para que no me ayudaran. Juntos forman un grupo pintoresco que casi nunca he visto reunido del todo a no ser en alguna Arca de Noé de esas que organizo anualmente (o sea mi cumpleaños).
Cuento entre ellos a Nelsa, que jamás le hizo caso a nuestro grado de parentesco y optó una y otra vez por ser mi amiga; los 40 y pico más ingenuos que he visto en la vida (y la risa más estruendosa y genuina que mis oídos hayan podido soportar).
Está también Charles , especie de Patriarca posmo, desaforado y brillante que me dio unos metros de ventaja y, cuando quiso acordar, me había adoptado. A su lado (y al mío) La Mujer, alguien cuyo cariño en mis peores momentos me resultó casi inexplicable y que más de una vez me sacó a escobazos de mi rincón de telarañas. Aún hoy me encanta ver cómo sirve la comida como celebrando el eterno ritual de compartir; creo que ella y Charles tienen algo de Adán y Eva, un tinte de pareja original (por lo de Origen y porque de verdad son sui generis).
Me aconteció también el Agropecuario cuyo andar me produce una nostalgia infinita y cuya propiedad de la última palabra me produce hipertensión. Es alguien a quien le tengo enorme afecto y le tengo registrados gestos de esos que sólo se tienen para con un amigo. Casi nos divide la felicidad de los triunfos políticos, pero entonces nos apareció San Carlos de los Proyectos y nos dio sin querer la excusa para hablar otra vez de chanchas moras (y doradas) , y recordar que los asados tal vez no existan más que como refugios para amigos con áreas incompatibles.
Conjuntamente he tenido la amistad de La Morocha, que me gané en sabe Dios qué Lotería prodigiosa. Ahora que ya no nos vemos tanto nuestros hijos son el puente por el que vamos una hacia la otra de vez en cuando.
Y está Mariana ("Ay ché, qué espantoso") que no sé si ella sabe que es mi amiga pero yo la voto igual porque es de los seres más íntegros que he conocido y porque tiene una piedad infinita hacia los seres anárquicos y emocionalmente inestables como yo.
Capítulo aparte ocupa la Luisa que ostenta el dudoso honor de Musa Inspiradora, pero bien rara: no me toca las sienes con una pluma de cisne ni tañe la lira: me chifla en la puerta con un budín bajo el brazo y cuestiona mi inteligencia para motivarme a escribir (a ella le debo este blog y la resurreción de unas 45 neuronas. Porque se reproducen sí y no me porfíen porque lo vi en el Discovery Channel).
En resumen: los amigos son una subespecie de las que por suerte no se extinguen (y eso que son bichos raros)