miércoles, 22 de julio de 2009

AL MÁS RAMÍREZ DE LOS ÍPEZ



Hay gente que no está cada día a tu lado, que no se sienta a diario a tu mesa ni escucha tu largo historial de penas y que, sin embargo, forma parte del paisaje de tu vida, sea cual sea la época que se te venga a la mente. Tal es el caso de Carlos (Carlinhos Brown, como me gustaba decirle).
Era dueño de un humor muy particular ,y bien dueño, porque lo mostraba sólo cuando le parecía momento y tenía ganas. No era de andar regalando gestos por compromiso porque no nació para las formalidades.Su reino era un ancho mostrador tras el cual iba y venía sirviendo copas y asados con una estampa que los años fueron engrosando.
Mi madre solía decir que nadie en el mundo le recordaba tanto a mi padre como él, con ese temperamento endemoniado , un inigualable rostro de pocos amigos y la vocación de solitario. Más allá de nuestro parentesco yo fui su cliente durante muchísimos años y sabía cuáles eran los días de hacer un comentario jocoso y cuáles los días de apenas hacer el pedido (de última soy maestra en el arte del mal genio familiar).
Pero Carlinhos Brown era un tipo capaz de hacer surgir de aquel rostro cerrado, impenetrable, una risa inesperada que te invitaba a reír. Una oscuridad con destellos de luz. Por eso yo lo asocio a la alegría (al fin y al cabo le deberé siempre a él y a sus hermanos las Navidades más felices de mi vida, con asado y tinto y fuegos artificiales en la calle).
Hace unos días, estando yo lejos, persiguiendo el sueño del Archivo Santa Clara me deparé con la noticia de que se había muerto. Muerto... muerto... No: ese no es un estado que le pertenezca, no lo ví y no lo veré de ese modo. Estará quién sabe dónde riéndose del pintoresco arte popular que hace más buenos, más lindos y más simpáticos a los que se han ido.
Así son las cosas, Carlinhos Brown. Tan así, que muchas veces son como ellas quieren y no como las deseamos. Claro que no me voy a olvidar de vos y en esta Navidad te voy a dedicar el brindis, a lo Ramírez: alma triste y rostro alegre. Que la vida se vaya cuando se tenga que ir, pero eso sí: bien vivida.

Dedicada de alma a Carlos Ípez Ramírez