viernes, 15 de febrero de 2008

APARTA DE MÍ ESA CUMBIA


He pensado seriamente en abandonar la cumbia. Yo, admiradora de Janis Joplin y adoradora de Leonard Cohen he llevado durante todos estos años una vida paralela que me ha tenido meneando las caderas por los locales bailables de medio Uruguay (¡bah!, en realidad de cuarto). Pero cortar el lazo tropical me obliga a mudarme de Santa Clara o a revisar seriamente todo mi universo vital.

Santa Clara y la cumbia tienen una existencia indivisible. A los cuatro o cinco años el niño aprende a bailarla con la anuencia de sus padres en el entendido que está adquiriendo un mecanismo de supervivencia en sociedad y de ahí en más se convierte en el santo y seña para alternar en cualquier evento (o sea: en el baile. No vamos a presumir de tener variedad).

El baile, ese gran retrato de costumbres lugareñas.

Para muchos ir a un baile es simplemente eso: ir , para otros, sin embargo, es una sucesión de etapas que da inicio con la producción previa. La ropa y el maquillaje son los códigos esenciales.

Puede una vestirse con ropa holgada, algo excéntrica y pintarse como si no lo hubiera hecho. Esa es la actitud: "Yo no estoy aquí".

Puede una vestir ropa casual, no pintarse y pasar de largo de todo. Esa es la actitud "Me divierto igual con una cumbia o con el Himno Nacional"

Puede una colocarse el jean bien apretado y una blusa ceñida y con generoso escote; le adicionará luego una pintura que resalte sus provocadores labios. Esa es la actitud "Estoy buena, hace rato que me dí cuenta, me gusta que lo adviertas, y si quiero te hago caso"

Puede también la señora o señorita (o el resto) transpirar hasta entrar en el último pantalón que todavía le queda, valorizar su escote y pintarse a lo vampiresa. Esa es la actitud "Ahora o nunca".

Cumplidos esos requisitos marchará a la bailanta.

El local está en semipenumbra, y por él ya deambulan los futuros danzarines (bailar ya de entrada es cosa de gente mayor y casada). Si una es habitué, casi de ojos cerrados se dirige a su puesto y elige entre adoptar una pose neutra (provocativa sólo cuando la madrugada avanza) o iniciar unos discretos movimientos en el lugar; la ventaja es que ese movimiento podrá mantenerse la noche entera dado que la base rítmica permanecerá incambiada hasta las 5 de la mañana. Las canciones irán nombrando injuriosamente cada parte del cuerpo femenino, luego pasarán por la etapa de exaltación fálica y más tarde dirán más o menos lo mismo pero en tono romántico para que no parezca que sólo piensan en ESO.

He llegado a sospechar que los de la National Geographic se harían un banquete si se dieran una vuelta por aquí. No seremos los leones de la sabana africana pero ... le andamos cerca en algunos aspectos. Hombres y mujeres se separan en pequeños grupos y observan; muchos bailan, pero en las mujeres especialmente se advierte una expresión que poco se asemeja a la diversión: vistas de cerca tienen la misma mirada de una cajera de súper en hora pico. Siempre me ha fascinado ese detalle: bailar a esas alturas más que un mero regocijo parece parte de un imperativo de la especie. Divertirse es, en definitiva, algo muy serio.
Yo, sobreviviente de la época en que esperabas la invitación a bailar engrillada a una mesa, y que acompañé (siempre con sabrosura) la evolución (?) de nuestras costumbres danzantes, estimo que encontré bastantes amores y perdí suficientes oportunidades en esos templos de la parranda, así que ahora que estoy mudando de piel tal vez deba ,también, mudar de sitio.
En fin, a mi también me ha alcanzado la selección natural, por tanto creo que es hora de abandonar la cumbiamba antes de que me alcance , además, algún predador infame.

domingo, 3 de febrero de 2008

PALABRITAS

Hace tres días comenzamos un nuevo capítulo de las enfermedades familiares, esas que ya traen una espada de Damocles incluida. Y bueno, otra vez todo: la palabra cruel, la incredulidad, la negación, el viaje hacia adelante en un tiempo que se presume doloroso y de siempre despedida, luego el regreso al presente y un pacto con la esperanza. Y la otra parte: el médico, ese universo de lo dicho y lo sospechado, donde una palabra a veces es lo que te separa del infierno tan temido, un pequeño universo gigante donde las palabras cuando cobran diminutivos se vuelven enormes: el tumor deviene tumorcito, el nódulo es un nodulito, la camilla es una camillita.
Estar arrasado por la tristeza es algo por lo que todos alguna vez pasamos, como por el amor, el miedo o la furia, pero a esa corriente hay que remarle en contra., más que a cualquier otra. ¿Y qué hago yo ante la evidencia material e irrefutable? ¿Qué hago yo por esa doña que está en todos los capítulos de mi historia? La recuerdo, la recuerdo y la recuerdo ahora que está, ahora que es. Tal vez si me apodero de sus pasos cortos, de sus santitos, de su voz de soprano y de todas sus obsesiones no se atreva a irse.