
Hacía tiempo que mi ser y quehacer docente no me llevaba a un desfile en fecha patria: este 18 de mayo marchamos hacia Don José Gervasio Artigas que, con su infinita paciencia de monumento, nos esperaba sobre los escalones de piedra.
Yo iba francamente dividida entre mis recuerdos infantiles del fasto de tales conmemoraciones y el horror adulto de haber descubierto el dolor y la muerte que desgarraban al Uruguay mientras nosotros hacíamos flamear las banderas y arrojábamos pétalos de camelia al General Gregorio Álvarez.
Pero, en fin: a eso de 11:30 iniciamos la marcha desde el frente del Liceo. Una marcha de adolescentes fácilmente deviene estampida y esta no fue la excepción: a los 50 metros, varias de las adultas responsables jadeábamos detrás del contingente estudiantil, tratando de mantener algo de garbo y compostura. Una vez llegados al corazón del evento fuimos divididos en dos partes: los abanderados que debían quedar en la plaza y el resto , para evitar aglomeraciones, fue ubicado a cincuenta metros en un sitio inverosímil bajo el argumento de que, desde allí se incorporarían al desfile.Quien no haya estado en tal momento y situación pensará que se trataba de movilizar muchedumbres, tipo la entrada de los Aliados a París,de ahí el despliegue logístico, pero en lugar de ello, teníamos un grupo de gurises parados a la vera del evento y de la historia porque podríamos haber hecho un sacrificio ritual frente al momumento que los pobres se enterarían por los diarios: no vieron ni oyeron nada.
Fue entonces que se me dio por pensar por qué los uruguayos hacemos este tipo de cosas. ¿Realmente celebramos? Celebrar es festejar, es decir, alegrarse, es decir estar y mostrarnos alegres porque -se supone- ese día encierra algo que nos produce contento.Pero no: ponemos cara de estar enterrando un difunto y nos obligamos a una larga serie de gestos formales ,pero en el fondo ... no hay fondo. Estamos educando generaciones que creen que Artigas ya nació de bronce y de ese tamaño; pasamos por planes de educación que hirieron de muerte la conciencia histórica, entonces ahora todo parece salido de atrás de una piedra (Julio César, Napoleón, Artigas y yo venimos en el mismo paquete). Entonces los llevamos a celebrar algo que no tienen ganas de celebrar porque aún no han entendido cuál es el motivo.Así como los paquetes de contenido delicado llevan el rótulo de FRÁGIL, las fechas patrias afuera dicen IMPORTANTE, pero justamente ese es el problema: afuera. Mientras caminábamos aplaudidos y oyendo la fecha de nuestra fundación me dio la impresión de que el pueblo no festejaba: miraba a los que iban desfilando que tampoco festejaban porque estaban preocupados de obrar bien para los que estaban mirando. ¡Qué se yo! En una de esas ya estoy chocheando; los procesos se han acelerado tanto que tal vez a los 38 estoy medio senil y un poco agria y algunos fastos patrios me huelen a autoexaltación de minorías.
En fin: le dejamos las flores a José Gervasio (que sigue mirando más allá y por encima) y nos fuimos a casa. Hasta creo haberle visto un leve rictus de enojo: ¿habrá sospechado que hicimos el acto porque caía domingo y que si hubiese caído en día de semana hacíamos un fin de semana largo y nos tomábamos el buque? Viejito desconfiado, ché.