viernes, 18 de julio de 2008

CUANDO YO ERA MARIPOSA


Una palabra que nunca me gustó fue METAMORFOSIS; será porque la asocio al monstruoso insecto de Kafka o porque tiene una sonoridad medio desagradable,pero lo cierto es que me da cosa. O será porque designa algo que a lo cual me cuesta horrores adaptarme: el cambiar. Está en mis genes: la comodidad y los adipocitos rebeldes.
Cierta vez halléme en un mismo recinto con quien supiera arderme de cuerpo entero en los años feroces y, tras unos breves segundos de mutua y piadosa contemplación, nos saludamos y nos preguntamos la serie ritual de preguntas bobas para luego fingir que teníamos otras cosas que hacer y huír uno del otro. Entonces -mientras me alejaba- el ofidio que a veces mora en mi cabeza pensó: "menos mal que el tiempo nos ha estragado parejo." Luego me arrepentí e hice penitencia -leve porque los silicios aún no están en oferta - , pero lo pensado pensado está.
Todos tenemos metamorfosis de cuerpo y de alma, sólo que las del cuerpo pueden llegar a ser muy onerosas (con lo que he gastado en productos diet a lo largo de en mi vida ya me hubiera podido comprar una casa de playa).Recuerdo cuando el buen consejo de una amiga (y el mejor aún de una terapeuta) me guiaron a los Gordos Anónimos. Allí me tuve que agarrar de las manos con la gente, tipo iglesia de Jimmy Schwaggart, y hacer contricción por cada hidrato de carbono consumido pero entonces no sólo me fui transformando de gordita en mujer flaca sino también en alguien más tolerante y alegre. Tan alegre que me subí a unos tacos de diez centímetros, empecé a mover las caderas, y no paré hasta cuatro años después.La gente no podía creer que me hubiese transformado en la mitad de mí (y yo tampoco).
Después, la matemática cruel me devolvió lo perdido y guardé los jeans de miniatura por si alguna vez me compraba una muñeca de aquel tamaño. De oruga a mariposa y otra vez a oruga.
Desde entonces los moradores de esta villa han adquirido un curioso hábito que es recordarme lo delgada que estuve en forma de una pregunta tan improcedente como absurda: "¿Te acordás de lo flaquita que estabas?" No, no me acuerdo: me pateó una heladera y perdí la memoria.Mi pasado de abdomen plano me condena.
A Dios gracias otra de mis metamorfosis me ha dotado de una nueva capacidad: la grosería.
En cierta ocasión, estando acodada en el mostrador del almacén decidiendo asuntos vitales para el mundo como si Peñarol debe o no jugar con línea de cuatro, un parroquiano dio en comentar con insistencia lo delgada que fui y cómo había engordado. Yo, con este don de gentes que recibí de mi señora madre, continué firme en el tema deportivo destinando al impertinente, apenas una leve sonrisa de colmillos asomados. Pero para su mal, el individuo reiteró el comentario. Entonces giré en su dirección y sin perder la sonrisa y el meñique levantado, sostuve el siguiente diálogo:
YO:¿Por una de esas casualidades planeás levantarme en la upa?
INOPORTUNO: No, claro que no.
YO: Bueno, entonces no veo por qué tenés que preocuparte tanto por mi físico.
En los siguientes minutos el aire se podría haber cortado con el mismo cuchillo con que el almacenero estaba cortándome queso magro, pero fue totalmente productivo: el índice de comentarios al respecto bajó un cincuenta por ciento y ,cada vez que alguien demuestra intenciones de opinar sobre el tema, el comerciante con diplomacia de anfitrión ,desvía el tema y seguimos corrigiendo males del fútbol uruguayo.

1 comentario:

Ale dijo...

Una vez mi profesora de literatura de la secundaria me "paro el carro" en medio de la clase...pero simpre recuerdo esta anecdota como algo gracioso...

Pobre "inoportuno"....jaja

Bs!