miércoles, 15 de octubre de 2008

A yuyos del suburbio


Aborrezco la humedad como al enemigo que es: todo huele mal y el mundo se vuelve una superficie sobre la que resbalar. Pero las humedades de primavera tienen la belleza y la esperanza que a las del invierno le falta.
Hoy, único día de la semana en que puedo llevar a mi Niña Pastora a la escuela, emprendimos camino andando de la mano por la 19 de Abril, la "Calle de Abajo" (sabrá alguien en que posición se sitúan las otras). Tras dejarla en ese pequeño mundo de Lilliput, me volví sobre nuestros pasos aún cargada de la nostalgia que me había producido un episodio apenas anterior: esta mañana, creciendo sobre todos mis fantasmas imprimí y le hice para ella un retrato de sus Abuelos que están en el Cielo: mis padres. Fue ella quien me lo pidió y eligió la imagen en cuestión. Y fue ni más ni menos que una foto del casamiento: aquella larga y triste historia que empezó en 1969 y se destrenzó en años de amarguras varias que invariablemente daban comienzo o terminaban en aquel día en que ambos dieron el sí.
Pues bien: la niña quiso para sus ojos la figura de mis padres apenas consagrada su unión. Yo que siempre detesté esas fotos por la carga que para mí traían no fue sino hasta hoy que miré por encima de heridas viejas y vi lo hermosa que es la imagen: mi padre con su bigotito a lo Antonio Prieto y mi madre con esa melancolía suavísima en la mirada; él que besa su frente con un gesto casi de reverencia y ella que interroga el futuro mientras inclina la mirada con aquel gesto de las actrices que poblaron sus años de ilusiones.
Mi madre fue un alma romántica a lo Madamme Bovary, que además hablaba con frases de canciones; las tristezas tenían siempre un dejo de tango. Siempre había una letra de tango para nombrarlas. Mi padre fue un buscador de algo que nunca supo definir y que, entonces, jamás encontró. Y los dos juntos me dieron esta existencia que disfruto o acarreo, según los tiempos.Y me dieron un universo poblado de toreros, milonguitas, cantores de jazz, de María Félix, de Nat King Cole, de Julio César Abbadie y del Negro Jefe.
Yo nunca vi "Sangre y arena" y, sin embargo, puedo ver a Rita Hayworth enfundada en su vestido, con la cabellera roja cantando "Verde, verde luna" porque la vi en los ojos de mi madre. Jamás vi "Doctor Zhivago" pero recuerdo la carrera de Omar Shariff tras el auto que se iba para siempre porque lo supe en la voz de mi padre.
Todo eso me volvió a la mente hoy mientras pisaba la tierra húmeda de la Calle de Abajo, mirando los yuyos florecidos, los árboles cargados de flores, los lugares de siempre teñidos por los colores de esta vida que no para.

2 comentarios:

Equipo de trabajo - Evaluación dijo...

Ah, pero si eras una romántica!!! Lindo relato Carmen. No te diré que me has enternecido, pero te veo caminando por la calle de tierra, de abajo, mirando los "árbolos caidos". Bueno, como siempre, una capa usted!!
Beso.
La semana que viene paso a tomar ese café.

Ro Maldonado Medeiros dijo...

Hola! hace poco me sumé a tus lectoras: me encanta tu forma de escribir!
Aunque no nos conocemos, te mando un abrazo de coterránea