lunes, 21 de septiembre de 2009

LA DIMENSIÓN ALMODÓVAR


No recuerdo exactamente cuándo dejó de ser así pero, en mis veintes el mundo solía estar dividido entre la gente a la que yo pertenecía ( o creía pertenecer) y el resto de innombrables criaturas llenas de rituales de consumo, blusitas con hombreras y aspecto de señoras. En la parte de mundo que yo habitaba, en aquel territorio liberado, estábamos los que hacíamos todo a conciencia y militábamos contra el establishmen. Andar de alpargatas donde se pisaba de tacos, poner cara de asco cuando pasaba un desfile militar, mirar con un dejo de conmisceración a quien nunca habia entrado a Cinemateca: esa era la actitud correcta.
Lejos estaba yo de saber lo que el tiempo y los años terminan por hacernos (y enseñarnos). No importa cómo te imagines o planees el futuro: él siempre se las arreglará para resultar otra cosa. Algunos llamarán a esa transformación de tolerancia, otros decadencia; alguien dirá que es madurez, y alguien más sostendrá que es resignación.
Fukuyama nos asustó con el fin de la civilización y la gente se puso a vivir como locos, por si era lo mismo que el fin del mundo ( total: tampoco habíamos leído a Nostradamus).
Más allá de los más allá estaban los 30, a los que entré como Kanela en Isla de Flores. Después las llamas se volvieron brasas y algunos príncipes que faltaron a la cita enviaron sapos en su representación. Y comencé a descubrir que, además de la biografía del Ché y la de Novalis, la azarosa existencia de Moria Casán con sus maridos dependientes y medio golpeadores resultaba interesante, así que me dí al consumo de historias baratas (en la misma clandestinidad en que oía cumbia).
Empecé, pues, a bajar la ladera del Olimpo. Por el camino hallé a Compay Segundo y Buena Vista Social Club, a Carlos Gardel, al Conjunto Casino, a los tapados de feria americana, a las ominosas botas de goma para afrontar los diluvios de Santa Clara ... y tanto más.
Del planeta Borges al planeta Benedetti. De la dimensión Wim Wenders a la dimensión Almodóvar, a descubrir el mundo real,, bizarro y sentimental, repleto de nobles y retorcidos. Hallé cómplices ante los que revelar que siempre amé a Sandro, que no enriquecí mi vocabulario leyendo a Flaubert sino a Corín Tellado, que Onetti me cansa y que siempre lloro con las comedias rosa.
La dimensión Almodóvar es -definitivamente- mejor: está perdonado no saberse la discografía completa de Nick Cave y el preferir las ofertas de Tiendas Montevideo a las carísimas inutilidades de la Compañía de Oriente.
Bamboleando mi humanidad en la cumbiamba y pedaleando las calles de la Villa Santa vine a entender que ser elitista no es lo mismo que ser culto, que ser inteligente no exige ser intolerante, y que había pasado media vida armando un personaje para que me quisieran, un nombre para entrar en el templo de los iniciados y cuando llegué a la puerta ... simplemente no valió la pena entrar.
Puedo discutir qué es un paradigma mientras oigo en el asiento de al lado quién dejó a quién por quién. Eso es mucho más parecido a la vida que empaparse de teatro experimental y música de vanguardia para luego apretujarse en un Mac Donald´s por una cuarto de libra con queso.
Entonces Maestro Almodóvar: estoy lista; ya puedo usar ropa a lunares y cantar música demodé. Lo supe la mañana en que mi hija me esperó en el patio de su escuela con una sonrisa más ancha que mi vida toda ... y la maestra nos puso a bailar en ronda, agitando corazones de cartulina y cantado con el inefable Palito Ortega "La sonrisa de mamá"

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