martes, 17 de agosto de 2010

Me, a reader of Homer


Tal he sido esta noche: una lectora de Homero. Y no a la vera del camino, o en un banco de la plaza: en el Paraninfo de la Universidad, que más que bello es majestuoso.
No daba crédito a mis ojos cuando ví las butacas púrpura, los brocados, la luz tenue, las molduras de roble. Del micromundo de plazos y boletines de calificaciones al mundo eterno y enorme de la belleza que no acaba. Entré a la sala y le recibió una voz en alemán: ¡La Ilíada en alemán! Luego vendrían griegos, norteamericanos, franceses, brasileños e infinitas variantes del castellano ... muchas voces, muchos rostros. Pero tan pronto oí al primer lector en castellano, algo me dijo que yo también lo haría bien... y lo hice.
Me estremeció el eco de mis propias palabras. Fue una declaración de amor a Homero, una más.
Y no puede haber sido casualidad que, justamente, me hayan dado para leer el fragmento del Canto XXII, aquel de la muerte de Héctor,el del engaño fatal de Atenea que le revela al hombre lo pequeña y fútil que es su pretensión de gobernar su propio destino. ¡Qué hermosura! ¡Que instante imborrable cuando levanté la mano de Héctor, ofreciéndole al Pelida el pacto que no habría de aceptar. Voy a creer que es cierto lo que dice acerca de las oportunidades: llegan, aletean frente a nuestros ojos y se van ; la cuestión es tar alerta para asirlas.
¿Quién me iba a decir que terminaría leyendo La Ilíada frente al embajador de Grecia, y a actores griegos que recitan Homero en teatros europeos. Pero lo más hermoso fue que lo leí con la misma pasión y el alma estremecida con que se los había leído a mis gurises, helados y muertos de sueño a las 8 de la mañana en el liceo, diez días antes.

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