jueves, 13 de noviembre de 2008

Nunca me dejes, Gabriel


Hay obsesiones que te destruyen la vida y hay otras que te la sostienen. Yo tengo de ambas pero, a Dios gracias,cuento con más de estas últimas. Y tal vez la más grande de todas se llame "Cien años de soledad" , la novela de García Márquez, que puebla mis ojos cada vez que miro alrededor.
Mi amigo el Agropecuario me dijo un día: "vos me hablás de los Buendía, de Aureliano, de Pilar Ternera como si fueran vecinos del barrio" Y para mí es cierto: yo vivo en Santa Clara pero también en Macondo.
Tal vez un par de ejemplos sirvan para aclarar el asunto. Se imaginará quien esto lea que -para seguir en tren de obsesiones- ambos tienen algo fúnebre.
Hay un señor al que yo quiero entrañablemente y al que mi Niña Pastora llama Tata, aunque no tengamos una sola gota de sangre en común. Pues bien: la cuestión es que un día llega a mi casa una de sus nueras y, con el aire de alguien que acaba de presenciar un sacrilegio, me dice: "Ahí le traigo la urna al hombre". No entendí la alarma porque, de última, cuando uno tiene un panteón familiar numeroso, puede ser normal que alguna urna se deteriore ya haya que cambiarla. Días después pasé por la casa del Hombre, que estaba, como siempre, sentado en su silla blanca, inaugurando la tarde. Me ve y me dice con aire de contento: "Venga, que tengo una cosa para mostrarle". Yo entré, pensando en la foto de algún nieto o en postales de lejanos países, pero no: allí en el comedor había una gran caja de cartón que el Tata se apresuró a abrir para mostrarme, con ostensible orgullo, su contenido: una blanquísima urna de mármol ... ¡con su propio nombre! y la inscripción Q.E.P.D.
No supe qué decir. "¡Qué bonita!" no era la frase; "¡qué buena!" era una frivolidad, así que debo haber dicho: "me parece bien", frase que empleo cuando no encuentro más recursos verbales para la situación.
Entonces ¿quién que haya leído "Cien años de soledad" podrá negarme que en aquel Don preocupado por el Más Allá, pero también por no dar trabajo en el Más Acá, era la encarnación de Amaranta Buendía que, durante meses, tejió y bordó primorosamente su mortaja para irse de este mundo con dignidad? Desde ese día quise todavía más a ese viejo fantástico que mira de frente a las que duelen.
El segundo ejemplo se imaginarán que no va de nacimientos precisamente. En mis años de muchacha loca y emancipada, conocí a unos amigos que lo fueron desde que nos vimos por primera vez. Propensos a la risa y al canto, cargan sin embargo en su historia, con una caravana de tragedias a las que han derrotado gracias a la esperanza.
Muchas veces, mientras tomábamos un mate o unas cañas en su dormitorio-estudio-sala de recibo-taller, afloraba el tema de los deudos queridos y ellos solían comentar: "¡Ah, sí!, nosotros los llevamos siempre con nosotros". A mí me hubiese parecido normal en tanto que el que se va en cuerpo se nos queda en el alma. Pero había un tono raro en aquella frase. Tuvieron que pasar años para que yo pudiera comprender la verdadera naturaleza de aquella expresión: ...claro que los tenían cerca ¡¡si guardaban tres urnas funerarias adentro del ropero, con cenizas y todo !!
Primero sucumbí al horror y los miré como a seres impíos, hasta que me explicaron que a sus muertos los había alcanzado un mal que a los vivos nos atormenta: la burocracia. Tenían difuntos nacionales e internacionales, por tanto, mientras llegaban las autorizaciones correspondientes, en algún sitio tenían que colocarlos. Y bueno: los pusieron allí, bien cerquita. Si eso no es realismo mágico, que venga García Márquez y me diga si al menos no se le parece.
Entonces por eso el título: no me abandones nunca Gabriel García Márquez, sátiro con nombre arcángel: para que las tragedias me duelan sólo en la medida de lo necesario y que, con el tiempo, se decanten en historias que nos permitan ver cómo la vida, a veces disparatada, otras incomprensible -pero siempre vida- le sigue ganando a cualquier muerte que nos pueda acontecer.

2 comentarios:

Anayansi Acevedo dijo...

Con su post me alegró el día...Yo pensé que nadie me podía ganar con mis obsesiones macondianas y aprecio a Gabo...Abrazos desde Panamá

Carmen Ramírez dijo...

La alegría es de ambas partes. Desde este pedazo del Uruguay Profundo un saludo grande y gracias por tus palabras