sábado, 14 de febrero de 2009

El aristogato



Todos los gatos se parecen a Charles Bronson, menos el mío. Èl se parece a Cary Grant. En un tiempo llegué a considerar que tenía un aire a Humprey Bogart, pero no, porque el Michou [míyu] es recio pero bonito.
Jamás me gustaron los gatos. Y no es por esa cosa de que son demasiado independientes y que hacen lo que se les da la gana y no lo que uno quiere, contrastando con la obsecuencia de los perros. No se trata de eso, al contrario: lo que más quiero en la vida es que no dependan de mí. El tema es que los seres de ojos rasgados me producen una inquietud indescriptible, una sensación de escrutinio permanente y los gatos son especialistas en mirarlo a uno con ese aire de “sé lo que hiciste el verano pasado”
En fin, este sujeto que habita mi casa por decisión propia e inconsulta se ha incorporado al núcleo familiar con un sentido de pertenencia rayano en el atrevimiento. Comenzó a venir, le gustó la paz del lar, la tela del sofá para arañar y mi natural desapego para con las criaturas. Eso (y la comida) sellaron un pacto mudo entre nos y se mudó con su andar de rey melancólico y su insoportable territorialidad. Es un obsesivo de la posesión y tuve que dirimir ,chancleta en mano, varios conflictos que involucraban a otros felinos y/o disuadirlo de continuar rubricando las aberturas de mi casa con su orina.
Medió otro tanto de violencia en grado de tentativa cuando trató de afincarse en nuestras camas (la violencia fue mía que lo tiré por los aires; la tentativa fue suya ,que no pasó de intentar). Entonces sí comenzó una relación de cariño inédita para alguien que aborrecía a los gatos y para alguien que no parecía tener mucha onda con los humanos. Arañó a Pastora sólo las veces necesarias para hacerle entender a la niña lo que es respeto y distancia y ensució adentro sólo una vez para mostrarme que cuando maúlla de cierta forma es porque se trata de urgencias del cuerpo.
Pero tiene también su lado oscuro, su veta de sátiro y algún rasgo de vándalo. Prefiere las casas habitadas por mujeres solas y se para a su puerta con aire de “aquí estoy”, pidiendo sin mendigar. Si no logra su objetivo por las buenas, se las compone para saltar por una banderola y hacer el desbande en mesas y estantes, lo cual le ha dotado de una fama de tipo pesado en el barrio.
Pero tal vez su mayor tropelía haya sido la que cometió contra nuestra vecina de patio. La señora viene una vez al mes y gusta de abrir para atrás puertas y ventanas, para que sus habitaciones se inunden del aire de campo y espanten el aire a encierro. Pues bien, mi peludo Cary Grant descubrió allí un territorio inexplorado, un solar a demarcar antes de que se le adelantara algún aspirante a macho Alfa y, sin dudarlo, saltó por la ventana de la vecina y le milló toda la alfombra del dormitorio. Feo lo suyo, pero no está ni ahí con mi reprobación ni la de los vecinos.
Dicen que a todo chancho le llega su San Martín. Bueno: a todo gato con aspiraciones gansgsteriles le llega una pequeña e insufrible gatita de un mes de insoportable edad. Y lo peor es que él se lo buscó: como abre la puerta dando un salto acrobático (pero –obvio- no la cierra) dejó el camino libre a dos gatitas que alguien abandonó en las proximidades de mi casa (“Si descubro al culpable de tanto desastre, lo va a lamentaaaar, lo va a lamentaaaar”).
Ahí comenzó el Purgatorio de heces desparramadas por la casa, para mí y para él, la humillación de haber sido invadido y por un rival tan indefenso que no le permitía descender de su grandeza para disputarles el terreno. Casi sufría viéndolo contenerse para no abrirles la panza de un arañazo. Primero nos libramos de una de las intrusitas pero la otra seguía quedando y Pastora ya le había puesto nombre y la adornaba con brillantina. Y él deambulaba por el barrio con su aire de rey destronado, con su melancolía de exilio. Hasta hoy , día en que conseguí librarme de la pequeña expósita y ponerla a buen recaudo. Entonces sí: sólo faltaron los acordes de “La marcha triunfal de Aída” para acoger el regreso del monarca a sus dominios, del tipo que me hace escribir 800 palabras sobre él cuando tengo un año de trabajo para planificar
Siempre deseé experimentar aquello que también quería Jim Morrison:
“I need a brand new friend who doesn´t bother me
I need someone –yeah- who doesn´t need me”

(Necesito un nuevo amigo que no me moleste./ Necesito -sí- alguien que no me necesite”)
Jamás pensé que ese anhelo se podría materializar en un cuadrúpedo de larga y peluda cola con actitud de estrella de Hollywood.
En fin, primero y último felino de mi existencia: mi casa es tu casa. Disfruta de las cómodas instalaciones manteniendo lejos de ella el ejercicio de tu masculinidad y obedece al imperativo de procreación lejos de mi umbral. Y –por favor- aprende a cerrar la puerta.

1 comentario:

vico dijo...

WOW! ha sido un verdadero placer leer éste post...primero porque unís mis dos amores: Hollywood y Gatos.

Que talento madre mía!
Te juro que jamás me hubiera imaginado esa relación entre Bogart y un gato..más bien esa identificación.
Pero además, mirá que amo a Theo y jamás me podrían salir textos tan perfectos para él ( ni para nadie)

Admiro mucho tu literatura.
Sobre la historia en sí, muy real. Los gatos son un poco bastante así.
son divinos! por esos los amo cada día más...

pero ojo no soy la "loca de los mil gatos" tengo uno solo y con ese me alcanza y me sobra!!!

un abrazo y felicitaciones por el post...realmente precioso, ojalá otra gente se pronunciara ante él,