martes, 4 de agosto de 2009

EL AMOR EN SANTA CLARA


¨Eu só quero um amor tranquilo,
con sabor de fruta mordida¨

Enamorarse de la propia soledad es uno de los peligros de andar por la vida presumiendo de gente superada, más allá de esas prosaicas cuestiones humanas tales como prendarse de otro ser humano, perder el suelo en que uno pisa y sólo tener lugar en el estómago para un montón de mariposas.pero ya está: aconteció ,y sin vuelta atrás. Sin embargo recuerdo cómo era esperar junto al teléfono sintiendo que ese bendito aparato era la diferencia entre vivir o agonizar de pena; no olvido la sensación de plenitud de los amores de banco de plaza ni la pasión envenenada de los amores perros. Tal vez por eso gusto tanto de mirar lejos y decir con aire de Tita Merello que, un día, decidí no enamorarme más.Ya sé que es mentira, que uno no puede decidir sobre algo que está mucho más allá de la propia voluntad, pero queda poético dicho al son de los cubos de hielo de un scotch a la hora de los gatos pardos y, además, la vida me ha sido favorable a la hora de ser fiel a mis dichos.
De todos modos guardo alguna foto y una tarjeta, testimonios que sobrevivieron a la construcción del muro y que no han parado en la hoguera porque sabiamente los perdí entre mis papeles. Alguna que otra vez intenté hallarlos pero me distraje mirando comedias de amor, historias de la media naranja que, al final, siempre logra completarse.
Buen refugio para solitarios esta Villa Santa.

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