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A poco de mi desembarco en la villa Santa, yo soñaba con las épicas historias que se contaban sobre "La Barraca", el grupo de teatro itinerante que fundara y dirigiera mi bienamado García Lorca. En tanto que miraba la vieja foto de un Federico de pelo al viento, sonriendo junto al camioncito de la Compañía me preguntaba qué se sentiría formar parte de algo así.
La respuesta me llegó en forma de pregunta: un grupo de alumnas me interrogó sobre la posibilidad de hacer teatro. Los gatos chicos y los profesores nuevos ansiosos del cariño de sus alumnos tienen algo en común: no conocen el peligro, así que me tiré de cabeza en "La casa de Bernarda Alba", allí donde está el alma de todas las mujeres que Lorca no quiso ser y el alma de la que sí quiso.
Los ensayos se fueron volviendo un aprendizaje no sólo porque las gurisas se devoraron el texto, sino porque fuimos entendiendo a Lorca, y a nosotras mismas cuando estábamos dentro y cuando estábamos fuera de los personajes. Fuera, por ejemplo, me aconteció me aconteció una rebelión pacífica del elenco, cansado de mi tiranía de gestos agrios ante cualquier risa inoportuna. Amanda se quitó la piel de La Poncia y me habló en nombre de sus compañeras. Desde entonces, las tiranicé igual o más, pero con sumo cariño y respeto.
De Santa Clara a aquel "pueblo maldito, pueblo de pozos donde no se puede beber el agua por temor a que esté envenenada" sólo había dos escalones de madera. Bastaba con subirlos para comenzar a ser otras.
Pero claro: uno ensaya para que un día -por fin- exista un estreno. Y esa distancia sí que fue mucho más que de dos escalones de madera: midió kilómetros de arpillera, tules y manteles de abuela, y pesó cientos de clavos y muebles que comenzaron a faltar de los hogares. Todo para que el escenario donde suelen brillar los reyes de la charanga se transformara en una espartana habitación de la casa de Bernarda. Y entonces, frente a una sala repleta, se abrió el telón y , por ejmeplo, Bernarda Alba hizo de Alejandra, Martirio hizo de María Noel y yo probé un poco de mi futuro cuando María Josefa, la anciana loca y desgreñada que quiere "un varón para casarse y tener alegría" decidió tomar mi pellejo.
Y nos subimos a algún camión y nos fuimos de gira. Pudimos habernos mareado con los aplausos , pero la realidad contiene a veces remedios infalibles contra ese mal, y la gente a veces tiene una idea cuando menos bizarra de lo que es cultura popular. Desafío al más bravo a que represente un drama lorquiano a continuación de ...una exhibición de taek-won-do (¡Sí, señor!).
Apelamos al efecto visual porque ,oír no nos oíamos ni nosotras: la gente de la cantina bebía y gritaba, la gente de la platea gritaba a los que bebían y el anfitrión del evento, en pleno monólogo de Bernarda, les gritaba a todos, micrófono en mano, que se callaran por favor.Hicimos bien en apostar a la imagen puesto que, al final, una doña, entusiasmada ante lo que pudo atisbar y seguramente viendo en su retina el luto riguroso que lucían las actrices exclamó: "¡Pero había que ver toda esa cuervada ahí arriba!" Del Teatro Solís al Circo de los Hermanos Podestá en nueve palabras.
Vino luego otra función, en otro sitio y con otras anécdotas; fuimos aplaudidas y reconocidas, y sellamos una historia que -pese a todo- jamás terminó. Yo volví a hacer Lorca y algunas de las integrantes de aquel elenco aún hoy recuerdan parlamentos íntegros de la obra.
Cría cuervos ,sí. Que te sacarán los ojos ,sí. Y dejarán entonces que veas mucho más lejos y más profundo, y que donde veías la realidad consigas hallar el delirio de lo que se puede.