lunes, 22 de septiembre de 2008

LA YEGUA HEMBRA Y LOS TIBURONES


Si tuviera que resumir mi infancia lo haría de este modo: Santa Clara y mi tía menor. Creo que jamás eché en falta tener una hermana porque ella estuvo siempre allí (y ella no me echaba de una patada para afuera porque la Adelaida estaba siempre allí). Ocurre que yo era una niñita bastante caprichosa a quien mi abuela paterna trataba cual oro en polvo y mi pobre tía se veía constreñida a un rol de acompañamiento y ayuda permanentes.
Claro que esto no le impedía hacer cosas tales como darme a fumar un cigarro a los cinco años, o quitarme las cosas para hacerme llorar y rápidamente devolvérmelas cuando la Adelaida asomaba.
Siempre le profesé un cariño cercano a la adoración. De ella aprendí nociones de Biología e Historia. A saber: mi abuela tenía un vecino llamado Teodoro cuya cabeza de pelo negrísimo era recorrida por una constrastante franja blanca; pues bien: sabiamente, Nelsa me explicó que eso se debía a que Teodoro iba a nacer zorrillo pero a último momento nació persona.
Luego vino el capítulo histórico-religioso. Mi Tío Manuel supo ejercer como carpintero y la familia solía decir que con gran destreza. Nelsa me explicó el desarrollo de ese talento haciéndome saber que el Tío había aprendido carpintería con los mismos judíos que le habían enseñado a Jesucristo. El Mundo según Nelsa me costó unos cuantos rezongos de mis padres por andar primero creyendo y después repitiendo disparates pero yo no dejé de visitarlo porque era mucho más prodigioso y alegre que el mundo real en el cual se situaba mi casa, siempre tan llena de tristezas y de reproches.
Para ser adolescente, mi tía menor, hubo primero de derrotarme, dado que yo la perseguía con mis muñecas y mis tortitas de barro; de vez en cuando accedía a mis peticiones (con gusto, creo), como cuando vestíamos a la gata Moyonga con un vestido amarillo o cuando nos sentábamos en una piedra enorme en la esquina de la cuadra y hacíamos que manejábamos un auto. Pero finalmente los novios me desplazaron y, de infanta consentida , pasé a dama de compañía cuando la Adelaida me mandaba a supervisar cada mandado e informarle de cualquier gesto sospechoso tal como hacerle una caída de ojos a un galán o detenerse a conversar. Por supuesto el parte decía siempre lo mismo: "No: no pasó nada" ,aunque hubiese estado horas sentada en una piedra esperando que terminaran los arrumacos con el galancete o ella me hubiese tirado de la parrilla de la bicicleta, nerviosa ante las palabras melosas de un cortejante.
Toda joven sueña con ir a los bailes y allí dando giros en la pista, encontrar la mirada del hombre de su vida; sin embargo lo de Nelsa no fue bien así: los giros los daba, pero la mirada con la que se encontraba era la de la Adelaida, apostada en la mesa con aire de cancerbero. Y el hombre de su vida no llegó de improviso: llegó de Aceguá y le ganó el corazón gracias a una cuestión de medida: era el único compañero de baile al que Nelsa no tenía que mirar para abajo. Ahí otra vez asumí labor de escudero y peléé lado a lado con la Flaca para que mi abuela aceptara a aquel pelirrojo medio cerril de cabello hirsuto. Fue un proceso arduo en el que la Adelaida maldecía desde la cama: "Ya vas a ver: te va a llenar de chanchitos colorados" Gracias a Dios la "maldición" se cumplió y el chanchito mayor ya va a cumplir 20 años y los menores -que llegaron juntos- cumplieron 8 (Cualquier semejanza con "Cien años de soledad" es mera culpa de García Márquez).
Pero ni los años transcurridos ni las vidas ni las muertes, le han quitado la gracia, el sentido de la realidad, la risa de trueno que estremece el barrio en las tardes de verano ni una verborragia e imaginación donde se juntan todas sus edades. Por ejemplo: para maldecir a una mujer a la que detestaba usó toda suerte de epítetos hasta llegar al peor de todos "¡ Esa... yegua hembra!" (¡¡¡) o para expresar su furia contra un ser ignorante y estúpido dio en llamarlo "Ese analfabético"
Yo sigo visitando El Mundo según Nelsa, habiendo pasado mi existencia por las inevitables sumas y restas: no tengo a mi padre, no tengo a mi madre y tengo a mi Niña Pastora. Y encuentro a la misma niña-mujer que de recién casada iba a bañarse al arroyo con su marido (y conmigo , porque la Adelaida lo consideraba más decoroso de ese modo). La misma que un día ,mientras su marido hacía cosas de hombre casado tales como observar los alrededores o ver que no anduviese alguna víbora, se metió al agua conmigo a chapotear y me invitó , feliz, a jugar con "unos tiburones amigos nuestros"

5 comentarios:

Ale dijo...

Muy buena historia!...y lo mejor es entrar al blog y ver tantos relatos: al fin!!!

Un abrazo

vico dijo...

genial historia...muy disfrutable leerte tan creativa...

te sigo leyendo

Carmen Ramírez dijo...

¿Viste Ale que no tenías que perderme la fe? Un abrazo
Vic: que bueno que sigas ahi. Voy a tratar de ser menos inconstante con mis escrituras. Un besote

Eugenia dijo...

estás a full, me encantaron todas las historias.
Casi no me das tiempo a leerlas!

Ale dijo...

Jamas pierdo la fe en alguien tan creativo!...
Se ve que eras una niña muy aplicada...pobre tia!

Bjs