
Un señor canoso de hablar pausado, que jamás levanta la voz, no por cortedad sino por convicción. No es necesario que diga su profesión: lo de maestro se le ve de lejos. Nos hemos visto en ámbitos diversos pero la imagen más persistente es esa en que lo veo reinando en una sala donde sus libros hablan de un saber profundo y los adornos hablan del gusto depurado de su señora esposa.Ambos tienen esa cosa del maestro que a uno le da verguënza decir una procacidad o meterse el dedo en la nariz; uno los respeta porque basta con verlos para entender que lo merecen.
Con el señor de nevada cabellera también hemos sabido estar a la vera de una mesa compartiendo unos brindis,donde sus años de vida y obra no lo hacen un bronce para la reverencia sino una historia abierta y un ser entrañable. Tiene un apodo que invita a pensar en cantor de milongas o en mentado personaje del lugar, pero no: es un hombre discreto que obra despacito y casi con disimulo porque simplemente creo no nació para el halago.
Los elogios le producen incomodidad, por eso yo he optado directamente por la insolencia, disfrazada a veces de ingenio (vaya trabajo este que da la gente modesta).
Lo he visto sobrevivir a reuniones de esas donde practicamos nuestra uruguayez en su lado más exasperante: hablamos todos a la vez en el entendido de que el uso de la palabra nos corresponde. Y allí en medio del batifondo de los redentores, constructores y visionarios permanece el Don con sus papeles donde, en rigurosa cursiva, registra su pensamiento mansito pero seguro como su andar.
Alguien que haya leído Asterix podrá comprender por qué el maestro Fuentes me recuerda tanto a Panoramix el druida, que en medio de la tremolina de los irreductibles galos que vuelta y media se trenzan levantando polvareda, sigue arrimando ingredientes al caldero donde se cuece la mágica poción que los vuelve invencibles. Sin ella no son diferentes a todos los pueblos de la Galia que los romanos ya alcanzaron a someter. Entonces me vuelvo al Don de estas letras y pienso: suerte la nuestra, montón de galos si no irreductibles por lo menos peleadores, que tenemos un venerable que mira más allá del horizonte y tiene la sabiduría y la calma de comprender que por buenos o malos que sean los tiempos jamás debemos dejar de alimentar , un día sí y otro también, aquello que nos hace fuertes, las pocas o muchas cosas que nos permiten creer que tenemos un futuro.