domingo, 30 de diciembre de 2007

LAS PALABRAS GRISES


¿Qué me gusta de Santa Clara? ¿Qué me gusta de vivir en Santa Clara? No sé, francamente no sé. Prefiero dar esa respuesta que me nace espontánea, y no darme tiempo a impostar.
Creo que a mucha gente, en muchos lugares como este les debe ocurrir algo parecido. Uno vive en un sitio por diversas razones: porque no tiene más remedio, porque lo obligan, porque no puede irse o porque lo eligió (el lugar a uno a uno al lugar). Y cuando nos preguntamos por qué elegimos ese sitio puede que la respuesta se vuelva a complicar.Pero es importante preguntarse para descubrir o recordar lo que nos hace estar aquí pues, tal vez, sea esa la forma de recordar lo que importa, lo que hizo que valiera la pena habitar estos lares y que ahora parece desdibujado por un discurso gris y agrisante.
Como una letanía oimos decir que aquí no se puede, que la gente aquí sólo critica, que somos desunidos, que en otros pueblos las cosas salen y aquí no, y así suma y sigue. Pero al día siguiente nos levantamos y seguimos viviendo aquí. ¿Y entonces qué?
Puestos a considerar qué es lo que hay que cambiar (me permito suponer que la necesidad de cambio es indudable), tal vez sea la realidad pero también el discurso que se constituye sobre esa realidad y a veces instala imágenes y corrientes de opinión que no son fieles a lo que verdaderamente es. Entendamos discurso no como una pieza oratoria dicha en un estrado sino como una opinión o conjunto de opiniones, puntos de vista que, a fuer de repetido en el día a día, se va extendiendo y arraigando.
Cuando se trata de nuestro discurso como comunidad (al menos uno que parece bastante extendido), lo más alarmante es la autopercepción que encierra, la forma en que nos vemos, lo tremendo de caminar mientras repetimos que no vamos a ninguna parte, hacer sintiendo que en otros lugares se hace mejor.
Asomarse al espejo a mirar lo positivo -total lo negativo lo estamos rumiando a diario- , tomarse unos minutos para valorar lo bueno sin pararnos en el estrado, sin estallidos sentimentales, sin posar para la foto, tal vez debamos hacer eso. Me da la sensación de que hemos ido perdiendo la autoestima y no puede ser que tanta gente viva en Santa Clara como si estuviese en el destierro siberiano. Estamos donde nos tocó o elegimos estar y tenemos que lidiar con esa circunstancia y poder con ello. Si no nos vamos a ir, entonces algo habremos de hacer para que el estar valga la pena. Algo, aunque sea cambiar la letanía del "aquí no" o el "¿para qué?" Al fin de cuentas el que se amarga por los que critican ¿mira a su alrededor para saber cuántos lo apoyan?

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