martes, 11 de diciembre de 2007

RARAS FIESTAS DE ESPERANZA

Pasé Nochebuena con unos amigos y luego me encaminé hacia un baile que merece integrar una muestra de teatro experimental o de tele bizarra.
El hall medio vacío o el gesto de los boleteros debió hacerme sospechar, pero entre sidras y turrones parchamos la esperanza que anda ahí, retozando delante de uno.
Casi lloro al ingresar a la pista: la cumbia no alcanzaba a disipar las tinieblas o el aburrimiento de los bultos (presumiblemente humanos), que resignadamente poblaban los rincones y laterales. Allá sobre el escenario, lejos, lejos, con la distancia que el vacío multiplica, podía verse al organizador del baile con el impenetrable gesto de un apache, sentado tras una mesa, espiando las misteriosas evoluciones del equipo de su discoteca: dos grabadores conectados a parlantes. Y acá, del otro lado del océano de parquet, nosotros, la grey de las noches bailables, los optimistas de siempre.
Si en entre momento tuviera que definir el sentimiento imperante, no sabría decir si se trataba de ganas de bailar o estupor. Mientras ensayábamos unos piadosos pasos movimientos rítmicos abarqué el escenario con la vista: el hombre de la discoteca, ajeno al mundo de la música digital, con una portátil en la mano trataba de entender por qué los discos saltaban y la cumbia villera no pasaba de una interminable sucesión de comienzos: "Laura, siempre cuando bailas se te ¡PAF!" , "Pibe cantina de qué te la ¡PAF!" " A parar a la comis.. ¡PAF!"
Pero la peleamos duro y logramos no sentirnos tristes. Ya estamos prontos para empezar otra (de preferencia que también termine).

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